El pasado fin de semana estuve de boda en la localidad de Cozcurrita. Es una pena que ya no existan en EL PERIODICO los ecos de sociedad pues habrían recogido sin duda una crónica que ríete del Hola y la boda de la Leti. "En la ribereña aldea de Cozcurrita, entre fados y arribes, contemplados por las afamadas vides de donde procede el mejor vino de España, contrajeron matrimonio Javier, primogénito de una de una familia de rancio abolengo cacereño, con Raquel, heredera de un noble linaje cozcurritense". Una boda pone de manifiesto que hay gente dispuesta a entrar en el club más desacreditado del mundo, el de los casados, pues, como diría Groucho Marx, hasta yo pertenezco a él.

Por otra parte, muestra la falta de credibilidad de los maridos. No solo no te cree tu esposa, que únicamente te creyó una vez, es que ni siquiera los jóvenes hacen caso de tus recomendaciones y se casan. La boda supuso un acontecimiento en el pueblo, en la ermita y en Miranda do Douro. La presentación de la cena fue espectacular. Bandejas de langostas y mariscos graciosamente adornadas, una sandía simulando un reloj, ibéricos, tabla de quesos, tartas. Hubo de todo pues nos obsequiaron con nada más y nada menos que dos cenas y una comida. Eso son padres de novios y lo demás es cuento. Paseo en barco por los escarpados y sinuosos arribes del Duero con copita de Oporto. No faltó el Redoble y los cacereños dejamos el pabellón muy alto.

¿A quién se le ocurre casarse en tan pintoresco como recóndito lugar? Hombre, si el novio es un ladino puede proponerlo con la esperanza de que la novia no lo encuentre ni en el mapa. Pero si ambos son dos ingenuos pueden pensar en que quizás casándose allí serán más felices. De cualquier manera yo ya se lo he advertido: Si se divorcian antes de tres años les pediré daños y perjuicios.