Dicen que Carlos Floriano era un cachondo mental cuando estudiaba Derecho. En sus años mozos, el líder del PP formaba parte del coro universitario y eran famosas sus ocurrencias. Ahora es un caballero comedido, un señor sólido y cada vez menos emocionante, o sea, más votable.

En su tránsito de gamberrete de coro a caballero respetable, Carlos Floriano ha ido quemando etapas gradualmente. En el verano del año 2000, aún era un tanto baranda y se le pudo ver haciendo cola para escuchar a Joaquín Sabina en el hípico. Tenía aquella noche estival un aire de burguesito bohemio que no casaba con el centro derecha extremeño.

Miliciana y melosa

Pero ha pasado el tiempo y Carlos Floriano ya escucha la música que arrasa en la ciudad feliz : los boleros. El Gran Teatro de Cáceres ha colgado recientemente el cartel de no hay billetes en dos ocasiones muy significativas: el concierto de música militar de este miércoles y el recital de boleros del pasado cuatro de noviembre.

Que gusten los boleros y las marchas militares no es bueno ni malo, simplemente define una ciudad y Cáceres es así: melosa y miliciana, amante del orden y del embeleso. O sea, una mezcla del un, dos, un, dos y el amarraditos los dos.

En el año 2000, Floriano se fue al hípico a escuchar a Sabina cantando aquello de lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks y con letras así no podía pretender afianzarse en el poder. Sabina es un canalla y los canallas son divertidos, pero perdedores.

Este otoño, ya maduro y asentado, Carlos Floriano acude a conciertos nada inquietantes como el de María Dolores Pradera en el Gran Teatro, donde lo más canalla que se escuchó fue la canción del Jipi japa .

El abuelo de Carlos Floriano tuvo tres nietos que han llegado a ser preclaros varones cacereños. Pero dos le han salido algo poetas y así no vamos a ninguna parte. Santiago Alvarado Corrales, hijo de Pepi Corrales, ha llegado a ser consejero, pero se le ve mucho por las Hurdes, la comarca más misteriosa de España según el periodista Iker Jiménez, y tanto lirismo esotérico está echándolo a perder.

A su primo Alonso Corrales Gaitán, hijo de Román Corrales, le dio por la épica de la investigación y la ascética de la Semana Santa y así vas al cielo, pero no a La Moncloa ni a la plaza de España de Mérida.

El tercer primo, Carlos Floriano Corrales, hijo de Cristina Corrales, empezó mal con lo del coro, se centró después en el PP, corrió grave peligro en sus tiempos sabinianos y ahora dicen que se entona, al menos eso pareció hace 20 días en el Gran Teatro: derramaba lisura como la flor de la canela y la ciudad feliz parecía contenta al ver al tercer nieto del tapicero de Roso de Luna tomando, por fin, el buen camino.