Son casi las dos de la tarde y un grupo de madres esperan la salida de sus hijos del colegio Gabriel y Galán, en Aldea Moret. La puerta está cerrada con una cadena y sería fácil trepar para saltar dentro del recinto, donde ya se han localizado botellones y destrozos durante los fines de semana y los puentes. Los daños en las persianas y en alguna papelera quemada así lo demuestran cuando se accede al interior, donde los docentes se enfrentan cada día a la labor de luchar contra el absentismo en las aulas.

El Gabriel y Galán tuvo hace años hasta 800 alumnos --pueden estudiar hasta los 12 años--, que se han visto reducidos a 200, la mayoría de etnia gitana y mercheros. Mari, que tiene a su hija en el colegio, se sorprende cuando el periodista le enseña el periódico con la noticia publicada ayer en este diario. "No sabía que se hicieran botellones en el colegio", asegura. No hay cámaras y el perímetro de las pistas polideportivas permite también acceder sin dificultades desde un parque trasero en el que varios jóvenes charlan a mediodía.

Sin la reforma

A Gabriel Solano, director del centro, lo que de verdad le preocupa no es que el recinto pueda servir como escondite para botellones sino que las instalaciones sigan sin tener el visto bueno al proyecto de reforma redactado hace tres años. Afirma que el vandalismo ha remitido mucho y que antes era habitual, labor en la que también, dice, ha tenido que ver el día a día en las aulas: "Los niños aprenden a sentir el colegio como algo suyo y lo cuidan".

Mientras tanto, un grupo de niños almuerzan en el comedor. Hace unos minutos que Fernando ha estado esperando la salida de clase. "¿Que hay botellones? No tenía ni idea", responde, mientras otros padres le dan la razón. "En el barrio no hay parques y los jóvenes se van al ferial", explica una madre, que cree necesarias las cámaras.

Las instalaciones disponen de tres pistas de juego y un edificio anexo para los más pequeños. Saltar en la oscuridad de la noche no sería complicado. Las luces de las farolas del recinto están rotas y los padres aseguran que de madrugada hay más oscuridad que iluminación en los exteriores. Solo las alarmas pueden proteger al centro del vandalismo.