El ´amor a la ciudad monumental´ llevó a algunos a considerar conveniente trasladar algunos conciertos al ferial. Pretendían proteger de esa manera esta privilegiada parte de nuestra ciudad de la agresión que pudiera suponer la masiva afluencia de público y la conducta de algunos participantes. El viernes, sin embargo, la plaza de Santa María y parte de la ciudad alta fueron un botellón incontrolado más multitudinario que nunca. La suciedad era manifiesta. La vigilancia brillaba por su ausencia. Las ambulancias presentes los días anteriores desaparecieron. Los furgones policiales se ausentaron. Las patrullitas de policías nacionales y locales no se veían por ningún lado. Daba la sensación de que se había concedido bula para todo. Recostados sobre los muros de la concatedral, unos jóvenes invitaban con sus instrumentos a la danza mientras otros exhibían su destreza con los fuegos y las cintas. No importaba mucho al parecer. En todo ese marco se habían aposentado miles de jóvenes con sus bolsas de bebida patentes. Aun con los servicios móviles vacíos, muchos consideraron oportuno humedecer los muros sin temor a sanciones.

Algunos deberán sentirse orgullos de haber inventado el ´botellón monumental´. Para el próximo año no sabemos lo que inventarán.