TAt Urías, el hitita, se le conoce, sobre todo, porque el rey David se apropió de su esposa Betsabé. Para que ella quedara libre mandó a su general que ocupara un puesto en primera línea con el fin de que muriera en el combate. David, que también tenía muchas virtudes, por un capricho amoroso, abusó de su autoridad y, cruelmente, se deshizo de quien le había servido fielmente.

Siempre me había imaginado yo a este general como un pobre cornudo y víctima del autoritarismo que se da en todos los tiempos. Pero recientemente me he topado con otro episodio del tal Urías que me ha sorprendido. Fue cuando David le mandó regresar a casa para descansar, tras una dura batalla, y el hitita, desoyendo los consejos del rey, se quedó durmiendo a la puerta del palacio. Explicaba su acción de esta manera: "Israel y Judá viven en tiendas; Joab, mi jefe y sus oficiales acampan al raso; ¿y voy yo a ir a mi casa a banquetear y a acostarme con mi mujer?". Urías tenía todo el derecho a un buen descanso pero le pudo la solidaridad con los suyos, que obligados a pasar la noche a la intemperie.

Paradógicamente, junto a las mil calamidades que nos acarrea la crisis económica, está creciendo la venta de artículos de lujo, permanecen los sueldos desorbitados en los altos cargos de la banca a la que se ha rescatado y siguen manejándose cifras de escándalo en el mundo del futbol. Incluso en el ámbito religioso nos resistimos a reducir gastos en celebraciones suntuosas que podrían ser mucho más sencillas. Suelen justificarse estos y otros derroches diciendo que el dinero empleado ha sido adquirido honradamente, lo cual tampoco es verdad siempre, pero tales excesos resultan escandalosos en un contexto de pobreza cada vez más generalizada. Deberíamos pensar más al estilo de Urías: "Cómo voy a banquetear mientras mis oficiales duermen al raso".