A finales del siglo XV, los Reyes Católicos decidieron poner orden en sus reinos y también en Cáceres. En el término municipal vivían 7.500 cacereños de toda la vida, 500 judíos y una vistosa pandilla de muchachas de vida alegre. Isabel y Fernando expulsaron a los judíos (1492), pero no a las cortesanas. Es más, publicaron una orden en 1491 para que se construyeran en Cáceres unas casas para las pendangas, cuidando que no molestara su actividad a los vecinos.

Se fueron los judíos, se quedaron las ninfas y comenzó así a escribirse la larga y jugosa historia del lenocinio cacereño. El mapa histórico del meretricio local certifica documentalmente la existencia de una mancebía casi sacrílega en un inmueble que hoy es ermita venerada de la calle Caleros. Se trata de la casa donde vivió Gil Cordero, pastor a quien se apareció la Virgen de Guadalupe en las Villuercas. Andando el tiempo, dicha vivienda pasó de ser casa sancta a convertirse en casa de citas.

Hasta 1612 fue aquel edificio una guarida de rufianes, birloches, coimas y pecadoras. Ese año, un grupo de personas devotas presionó al ayuntamiento, que acabó comprando el garito para destinarlo a ermita. Pero la ramería debía de dar más dinero que la recaudación municipal porque el antiguo burdel tardó medio siglo en convertirse en la actual capilla del Vaquero.

SE MUEREN POR LAS DEL MOÑO

Malos tiempos eran aquéllos para la galantería, así es que los señoritos cacereños que, como bien dice la canción, se mueren por las del moño , tenían que recurrir al celestineo y la alcahuetería para conseguir los favores de las menestralas en sazón. En Cáceres había famosas intermediarias como la tía Aviluche, la tía Marenga o la tía Freja, cuyas malas artes llevaron durante los siglos XVIII y XIX a más de una muchacha directamente de la inocencia al prostíbulo.

Cuenta Publio Hurtado en sus libros cómo destacaban en aquella época madamas y gayones tan nocivos como la tía Toñuela o el tío Legaña, que "sirvieron de anzuelo a don Cosme de Toledo y a don Silvestre Reinoso para metamorfosear a muchas agraciadas jóvenes en ornatos de lupanar". Había también brujas duchas en artes rameriles y polvos del querer como Ana la Casareña o Inés la Picha.

En la historia cacereña del puterío destacan dos hetairas con luz propia. Ambas actuaron durante el siglo XIX y sus andanzas son tan novelescas como manflotescas. La primera en el tiempo es Isabel Gómez, peliforra de alto precio que vivía en la discreta cuesta de Aldana en compañía de La Lagarta, su eficaz dama de citas corteses. Isabel era en 1809 maturranga de fijo del marqués de Lorenzana, justo cuando llegó el ejército francés del mariscal Víctor.

La soldadesca gabacha se entusiasmó con aquella muchacha tentadora y pizpireta y la apodó de inmediato La Folica, algo así como loquilla en francés. Pero los dragones pasaron de los motes a los hechos y se armó la del 2 de mayo. Una tarde, dos cabos y un sargento entraron en su casa y la violaron en presencia del marqués. La Folica no se arredró: tres días después volvía a recibir a sus violadores, los emborrachaba de amor y vino, les arrancaba el bigote y los lanzaba a un pozo donde perecieron ahogados. Ver más