Tras leer en EL PERIODICO la noticia de que el ayuntamiento cacereño buscaba una nueva ubicación para el mercado franco, intenté ver al concejal de la cosa. Puesto que Miguel es asimismo concejal de obras me costó mucho tiempo encontrarle pues tuve que recorrerme todas las calles y plazas que están levantadas en la ciudad.

Al fin me topé con él en una zanja de la Plaza de Bruselas, sentado sobre un saco de cemento y concentrado en un magnífico plano de la ciudad que han confeccionado mi amigo Faustino y sus colegas, pertrechado con un compás, una escuadra, un cartabón y una calculadora. El hombre estaba trazando círculos concéntricos, tirando líneas rectas y echando números para tratar de encontrar un lugar adecuado para todo el personal que frecuenta el mercado franco.

Porque Miguel está obligado a conseguir la cuadratura del círculo, pues el mercado franco debe estar cerca de todas partes pero lejos de los vecinos. Los vendedores lo quieren en la ciudad pero no hay calle que cuente con el beneplácito de los vecinos por las molestias que ocasiona. Además necesita muchos aparcamientos para los vehículos de los vendedores y a la vez, según los críticos al cambio, pocos para los consumidores pues al parecer son más quienes van a pie cargados con bolsas. Y ha de disponer de los servicios necesarios. De momento tiene dos ubicaciones. Un mercado en el que hay vendedores pero no compradores y otro en el que hay compradores y no vendedores. Miguel siguió con sus cálculos y ahora no sabe si hacer un mercado en cada barriada o mejor buscar el punto medio.