Españoles: Franco ha muerto». Con esta frase que ha pasado a la historia, los ciudadanos recibíamos un 20 de noviembre de 1975 la noticia del fallecimiento del dictador que dirigió los destinos del país durante 39 años. ¿A partir de entonces, qué hicimos? Abrir las ventanas, sacudirnos y tratar de ser libres (aunque eso no se llega a conseguir nunca, especialmente desde que tenemos acceso a las redes sociales y somos presos de esos internautas dispuestos a despellejarte sin piedad mientras agachamos la cabeza, a verlas venir).

Al final de este artículo volveremos a lo de internet, de manera que les recomiendo que lean hasta el final. Pero de momento comencemos por el principio: por lo que en Cáceres nos ha deparado esta semana, y que ha sido, nada más y nada menos, que el carnaval. Muy aplicable sería a este acontecimiento la frase del entonces presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro para decir sin miedo: «Cacereños, el carnaval ha muerto».

Es una verdad como un templo. Ciertamente no es algo nuevo porque esta fiesta lleva años agonizando. Ya lo decía Teodoro Casado, el mejor concejal de Festejos que ha tenido esta ciudad y que formaba parte del equipo del alcalde José María Saponi. «El de Cáceres es un carnaval de Miranda, porque todos miran y nadie participa», afirmaba con aquel sentido del humor el locuaz edil y profesor durante tantos años en el colegio de las Damas Apostólicas.

Ha sido siempre el carnaval un festejo de la progresía, pero ni la progresía ni el peperío han sido capaces de mantenerlo. Ha ocurrido estos días que la concejala del ramo, Fernanda Valdés, ha hecho una valoración de las actividades. Estuvo, francamente, bastante errática: habló de que aquí los grupos «le ponen ganas», que están la asociaciones de vecinos, que están las Ampas... Vamos, que es la sociedad civil la que mantiene con el gotero puesto a Don Carnal mientras su gabinete concede 28.524 euros y se echa a dormir. Es una cantidad desorbitada si se tiene en cuenta la escasa repercusión que tiene en la ciudad un programa cada año menos elaborado y con una carpa estéticamente horrorosa donde te faltaba el aire cuando entrabas porque allí dentro no había quien aguantara.

Para colmo, Valdés se olvidó completamente en su valoración de citar a las Lavanderas. Empezamos a estar hartos de estos despistes relacionados con las tradiciones cacereñas (ya ocurrió con los Santos Mártires; menos mal que en San Blas, los concejales Paula Rodríguez y David Holguín lo enmendaron y arrasaron vestidos con el traje popular cacereño).

Si Valdés se olvida de las Lavanderas se olvida de la historia y de lo que simbolizaron estas mujeres, las primeras feministas de Cáceres, las primeras que lucharon contra la brecha salarial, contra los señoritos, y que cada carnaval prendían fuego a un muñeco, el Pelele, para denunciar las penurias de su oficio.

Universidad Popular

Universidad PopularLa costumbre se rescató en 1989 a través del Aula de la Tercera Edad de la Universidad Popular de Cáceres, de la mano de Concha Dochao y Fernando Jiménez Berrocal. Ha sido la única escena carnavalera de la capital que no ha perdido un ápice de público. La pregunta es, ¿si las Lavanderas son las que chutan, por qué no centrarnos en ellas, en darle mayor difusión a lo nuestro, en lo que es diferente al resto, por qué empeñarnos en hacer siempre lo que hacen los demás, asustados por el complejo a sentirnos unos catetos?

Entretanto, la semana dio para mucho más. Orquestados por el utillero Pepe Casares, los jugadores del Cáceres de baloncesto se colaron en la previa de la jornada para desearle un muy feliz cumpleaños al técnico verdinegro Roberto Blanco. ¡Qué grandes! y qué grande ese vestuario con el capi almeriense Luis Parejo, sus interacciones en las redes sociales, su pasión deportiva, sus valores. Ellos sí están reconstruyendo en esta ciudad el amor perdido por el basket.

Sigue la vida, y en el seminario han puesto un aparcamiento con placas solares (qué listos han sido siempre los curas, ¡eh!). En León Leal han pintado la fachada de uno de los edificios más castigados por los grafitis (qué dure, por favor, qué dure).

Además, el restaurante El 13 de San Antón, con nuestro querido Juanma Zamorano y su equipazo, ha cumplido cinco años de servicio al público. ¡Enhorabuena! Y ahora volvamos a lo de internet: habrá quien nos despelleje porque hablamos en esta página, de nuevo, de un negocio. Y nos dirán que hacemos publicidad encubierta, como si la publicidad fuera una deshonra. Somos observadores de lo que pasa y tal cual lo miramos lo contamos. Con libertad, con responsabilidad y siempre con orgullo cacereño. El sábado que viene, más.