A finales de los 50 no había muchos teléfonos en Cáceres porque, a decir verdad, tener teléfono era un lujo al que no todo el mundo podía aspirar. El teléfono de antes no era como el de ahora, nada de descolgar, marcar y hablar con tu tía la de Getafe, por ejemplo. Y por supuesto nada de móviles, ni de inalámbricos. Y de red wifi o internet, ni soñarlo. Para hablar por telefóno era fundamental la operadora, esa gentil señorita que estaba al otro lado del interfono y que se encargaba de ponerte con Alcuéscar o Barcelona. Por eso a finales de los 50 trabajar en Telefónica daba mucha categoría. Bueno, trabajar en Telefónica o ser enfermera, claro.

El edificio de Telefónica estaba en Gran Vía (entonces Defensores del Alcázar), donde ahora está el Registro del ayuntamiento. Enfrente, la tienda de electrodomésticos General Eléctrica Española. Abajo, en la plaza, un urinario, y arriba, en San Juan, la corredera, donde aparcaban los taxis, estaba el bar Jironés, El Figón y la sucursal de la Caja de Ahorros. En Telefónica estaban las telefonistas u operadoras, todas mujeres, que previamente habían superado una oposición y tenían un empleo de por vida, así que aquel era un puesto de trabajo muy elegante.

Teléfono solo tenían algunos negocios como el bar Casa Juan, con el número 1897, alguna farmacia, algún médico particular, bueno, y también los hoteles, que en aquellos años disponían de centralitas con pilotitos rojos que se encendían cada vez que querías hablar con una habitación. Centralita había en el Alvarez, el Jamec o el Iberia, que lo llevaban dos hermanos de Plasencia que regentaban dos establecimientos: uno en Pintores llamado Iberia y otro en Ríos Verdes que se llamaba Fonda La Española y que hoy es el Hotel Castilla.

En Telefónica trabajaba una de las hermanas Avila, la chica, porque la mayor estuvo en Máquinas Singer de la calle Badajoz, enseñando a bordar, y luego trabajó en el hospital; Tere, la mujer de Durán, que fue muchos años representante, y una de las hermanas Rojas, que eran primas hermanas de Antonio Rubio Rojas. El padre de los Rojas trabajó con don Fernando Valhondo, que tenía mucho personal.

También estaban en Telefónica Maruchi, mujer de Alviz, Mari Carmen Cortés, Ana Mari Poblador, Luci Sierra, Juani Mateos, Mari Cruz Rojo, Pilar Gobernado, Ramoni Blasco, Placi Durán, Mari Carmen Hervás, María Luisa García y Petri Varona, que era jefa del departamento.

Después estaban los técnicos, que esos eran todos hombres: Duarte, Joaquín García-Plata o Félix Martín, que trabajó muchos años en Casa Mendieta. El delegado era Toribio Ruiz Franqueza, el subdelegado Angel Remedios y el jefe de relaciones laborales, Andrés Remedios. Los Remedios eran unos hermanos cuya familia tenía un comercio de telas en la calle Felipe Uribarri al que llamaban El Segundo Requeté, chiquitito, con su mostrador de madera y que tenía mucha fama.

Mari Carmen Delgado

Pero en Telefónica también trabajó Mari Carmen Delgado, hija de Ignacia Cáceres y Antonio Delgado, que era un jefe de estación procedente de Badajoz al que trasladaron a la ciudad. El matrimonio tenía cinco hijos: Mari Carmen y su mellizo Antonio, Maruja, Basilio y Fernando. Entonces los jefes, subjefes e inspectores de Renfe vivían en un piso que estaba en la vieja estación de Los Fratres, justo encima de donde se vendían los billetes y estaban las taquillas. Era una casa antigua, con vistas a Moctezuma, con su pasillito muy largo, su sala de estar y una cocina con placa de carbón.

Mari Carmen estudió en el Paideuterion femenino de La Conce, donde daban clase don Isidro Martín, don Antonio Luengo, don Emilio Macías (el de Dibujo), la señorita Juanita, que era la educadora... Cuando tocaba gimnasia, todas las niñas, con sus pololos, se iban al Padu masculino de la calle Sierpes porque tenía patio.

Mari Carmen jugaba con Amelia, que vivía en las minas, con Pili Lucas y con las mellizas Mari Pepi y Soledad García Román. Al terminar 4º y Reválida empezó un curso de secretariado en la academia que la señorita Lourdes tenía enfrente del Gran Teatro. Pero Mari Carmen había echado una solicitud para entrar en Telefónica y un día, a mitad de curso, la llamaron. Aprobó las oposiciones y obtuvo el certificado de Servicio Social, que se lo exigían a todas las mujeres, tras superar las prácticas en una guardería de la carretera de Malpartida.

Poco tiempo después Mari Carmen entró a trabajar en Telefónica, en aquel edificio de escaleras de mármol de Gran Vía, con su hall pequeñito, su sala de armarios donde se vestían las operadoras, su salita de descanso y su Sala de Cuadros, ese mágico lugar lleno de clavijas y lucecitas rojas donde cada día se hacía posible el milagro de Graham Bell.

En la Sala de Cuadros existían dos enlaces fundamentales, también con lucecitas rojas, que eran del gobernador civil y del gobernador militar. Allí había más de 40 operadoras, todas con su pinganillo y su micro controlando las llamadas entrantes y las salientes. La lucecita roja se encendía y la operadora contestaba: "Cáceres, dígame" . Y al otro lado una voz respondía: "Señorita, póngame con Alcántara" .

Entretanto había que atender a los locutorios, que al principio estaban al lado de la Sala de Cuadros. Más de uno colgaba su garrote sobre el auricular pensando que era un perchero porque no había visto un teléfono en su vida. Años más tarde se instaló el Locutorio San Juan, que estaba en el mismo edificio de Gran Vía pero ya en la calle. Ese locutorio se ponía hasta arriba de soldados, que acudían para hablar con sus familias o sus novias, muchas veces en conferencias a cobro revertido.

Entre las compañeras de Mari Carmen: Guadalupe Montejo, hermana de Nani, que trabajó en el Hotel Extremadura, y las vigilantas o supervisoras: Adri Vega, Gabi Arias, Mari Carmen Trejo o Maribel León, que era hermana de Mercedes e hija de Fernando León, el sastre.

Mari Carmen, amiga de Pili Preciado y Mari Jose Mendo, paseaba por Cánovas y, como cualquier jovencita, acudía a los guateques y a los bailes de La Rosa. En 1969 se casó con Mariano Acedo Talavera, que trabajaba en Alonso Radio, que estaba en Sánchez Garrido, donde ahora está la tienda Escorpión. Lo celebraron en el hotel Alvarez de la calle Moret.

Telefónica se trasladó luego a Reyes Huertas. Llegaron las cabinas, los ordenadores, los móviles, los inalámbricos y hasta wifi e internet. Pero en Gran Vía sigue echándose de menos aquel "Cáceres, dígame" que salía de una Sala de Cuadros llena de clavijas y lucecitas rojas donde gentiles señoritas hacían posible cada día el milagro de Graham Bell.