Una de las ventajas de la ronda Este anunciada por el Consejo de Ministros de Mérida es que los conductores que entren en Cáceres desde Miajadas ya no sufrirán la impresión cutre y lamentable del polígono de la charca Musia, símbolo de la despreocupación cacereña por el desarrollo industrial, que siempre ha sido un tema menor en una ciudad con vocación de balneario.

En la planificación de la Extremadura del futuro parece que a la ciudad feliz se le asigna el papel de ciudad cultural, capital monumental, villa tranquila y bella habitada por funcionarios, turistas, comerciantes y camareros. Sin embargo, no siempre fue así y hay empresarios y analistas económicos que se resisten a depender exclusivamente de los servicios, con los peligros que la falta de diversificación conlleva.

Una industria de 1593

Cuentan las crónicas que el primer intento de industrialización que se conoce en Cáceres surgió en 1593, cuando se construyó un horno para producir vidrio en El Zángano (hoy Puebla de Ovando), un poblado que entonces pertenecía al término municipal cacereño.

Pero era difícil que se desarrollara la industria en una ciudad que no tenía buenas comunicaciones con el resto de España, y que hasta 1927 se comunicaba con Salamanca y con el norte de la provincia cacereña cruzando el río Tajo en barca: ese año se reconstruía por fin el puente de Alconétar destruido desde el siglo XIII.

En 1855, aún estaba inutilizado el puente de Alcántara y en 1862 se construían calzadas hasta Aldea del Cano y Arroyo de la Luz. Sólo la carretera de Trujillo, inaugurada en agosto de 1853, aseguraba unas comunicaciones dignas con la capital de España. En aquellas condiciones, la única industria cacereña reseñable era la de la cal.

Hasta el año 1970, con la inauguración del polígono de Las Capellanías, la ciudad feliz no vive un proceso real de industrialización. Hubo un desplazamiento de la industria española del norte al sur del país, atraídas las empresas por las ventajas de las zonas de preferente desarrollo industrial como Extremadura.

En Las Capellanías se instalaron dos de los buques insignia de la industria cacereña junto con la textil Induyco : Catelsa (caucho) y Waechtersbach (artículos de cerámica). Pero aquella época de incentivos se ha acabado. Hoy, todas las regiones atraen a las empresas con ayudas e incluso se dan más facilidades en las zonas desarrolladas que en las que antes fueron de preferente localización industrial.

A eso hay que unir dos inconvenientes más. Uno es global: la industria europea se deslocaliza y se traslada a la Europa del Este. El otro es local: en Cáceres falta suelo industrial. Con esta situación, es natural que las únicas noticias que tienen que ver con el desarrollo de la ciudad feliz sean la apertura de nuevos hoteles, nuevas franquicias en Pintores o nuevos centros comerciales en San Pedro de Alcántara.

Sin embargo, la llegada del AVE, la inminente inauguración de los tramos cacereños de la autovía de la Plata y las promesas de nuevas rondas y circunvalaciones parecen situar a Cáceres en un eje estratégico apetecible para la industria.

Días atrás se ponía la primera piedra del polígono industrial situado por La Mejostilla, que promete ser un dechado de modernidad y funcionalidad. También se anuncia la inminente ampliación de Capellanías y se atisba un centro logístico en las inmediaciones de la futura estación del AVE.

Aún queda el lunar cutre de la charca Musia y aunque la entrada por la carretera de Mérida no sea un ejemplo de dignificación industrial, la verdad es que las nuevas empresas de electrodomésticos y automoción y remodelaciones consecuentes como la reciente de Extrecar-Peugeot parecen ayudar a reconciliar la ciudad feliz con una vocación industrial que no se puede perder.