En estos días de otoño, ya han llegado los patos a la Ribera del Marco y dentro de un par de meses, cada tarde, a la hora del café, una garza real hará la siesta en el arroyo. Hasta hace poco, se veían por estos caminos hombres mayores recogiendo higos y aceitunas. También es muy común encontrarse con señoras que acuden a la huerta de Regino y Telesforo a comprar acelgas y calabacines. O ancianos sabios que llenan garrafas con agua de Fuente Fría, la mejor para los garbanzos. Ahí, en Fuente Fría, las noches de verano son fresquitas y húmedas, igual que en la calleja de la Huerta del Conde.

Los higos negros

En la Ribera del Marco, los niños de la ciudad feliz aprendimos el sabor inigualable de los membrillos robados y supimos distinguir los higos negros de los chumbos. Pero todo eso se acaba. El pulmón de Cáceres, su lengua verde más singular, su sombra histórica está en peligro y pocos cacereños se muestran dispuestos a salvarla.

La ciudad que permitió derribar la puerta de Coria con el pretexto de que así entraría el aire fresquito de Gredos, que acabó con la puerta de Mérida porque obstaculizaba el giro de los carros y dejó que trasladaran el pilón de San Francisco sin rechistar, no va a preocuparse ahora por unas huertas habiendo rotondas. Mantener el puente de San Francisco y las casas de Miralrío parece imposible porque en la ciudad feliz el coche es lo primero. Pero aún es posible detener la conversión de la Ribera del Marco en un paseo modernísimo de farolas isabelinas, baldosas levantinas y arroyito domesticado.

La Ribera es un conjunto inigualable de acequias, callejas, molinos, batanes, tenerías, huertas y arboledas. Es la raíz de Cáceres, la causa primera de que exista la ciudad feliz , la vega fluvial que atrajo a pueblos prerromanos, a romanos, a árabes y a cristianos. Cualquier actuación en esta joya esencial requiere un mimo que por ahora no se ve por ningún lado.

Antes del verano, quienes pasamos por allí cada tarde, pudimos ver cómo las máquinas explanaban sin licencia la llamada Huerta del Conde, que fue parte del inmenso jardín del Alcázar árabe, por donde pasaba la Vía de la Plata y lugar de singulares vestigios arqueológicos y construcciones subterráneas estudiadas por su propietario, el conde de Adanero. Con este precedente, ¿cómo no esperar cualquier hecho consumado en la Ribera del Marco?

Mientras en Dusseldorf, Sevilla, San Petersburgo o Toronto los ayuntamientos miman los huertos urbanos y los utilizan como reclamo turístico y opción pedagógica, en la ciudad feliz despreciamos un espacio hortícola y fluvial que en cualquier otro lugar sería la perla de la corona. Pero total, sólo son huertos y los huertos, ya se sabe, son cosa de paletos.