Cáceres tuvo una de las juderías más importantes de Castilla, tal y como lo demuestran los 8.200 reales recaudados en impuestos durante el año 1474, según dejó constancia el rabí Jacob Aben Núñez, juez mayor de los judíos durante el reinado de Enrique IV de Trastámara. Un legado que ha llegado hasta nuestros días en forma no de una, sino de dos juderías: la nueva y la vieja. Esta última permite sentir tras más de quinientos años la vida de aquellas familias que poblaron durante siglos sus casas humildes, modestas, casi escondidas entre los palacios y la muralla, en la ladera más escarpada del casco antiguo, unidas por callejuelas estrechas e inclinadas que rápidamente sitúan al visitante en tiempos pretéritos.

En cambio, la Judería Nueva, ocupada a partir de 1478, apenas conserva la huella sefardí salvo por la fisonomía de sus calles: Paneras, De la Cruz, plaza de la Concepción, Ríos Verdes, Moret... «Por ello estamos preparando un proyecto que pretende poner en valor algunos espacios específicos de la Judería Nueva, para que aquellos visitantes que vienen buscando las huellas de Sefarad en nuestra ciudad puedan encontrarlas en la Vieja, pero también aquí, de una manera más fácil», explica el concejal de Turismo, Jorge Villar.

El objetivo consiste en identificar las casas de origen hebreo, las familias que las habitaban y sus oficios. «Cuando la comunidad fue forzada a trasladarse desde la antigua judería (actual barrio de San Antonio), hacia este otro lado de la Plaza Mayor, se creó un nuevo espacio muy prolífico. Hablamos de familias económicamente muy activas, con diversidad de oficios, y es importante recuperar esa memoria para divulgar su contribución a la sociedad, la cultura y la economía cacereña», subraya el edil.

El proyecto, que en su momento se presentará con todos los detalles, tiene además una finalidad vital para Cáceres: «cuantos más contenidos encuentre el turismo, más alargará su estancia en la ciudad, lo que se traducirá en un aumento de las pernoctaciones y del empleo», destaca el concejal.

Pero también se está fomentando la divulgación de la Judería Vieja, que se ‘vende’ sola nada más pisar el encanto de sus calles, aunque todo refuerzo es bueno. La Red de Juderías de España (de la que forma parte Cáceres) ha anunciado la puesta en marcha de nuevos cursos con el objetivo de facilitar una completa formación en torno a su cultura e historia, necesarios para obtener el carnet de guía oficial de la Red de Juderías de España· (el conocido carnet Rasgo). Titulados ‘Conociendo la cultura judía’, ‘La historia judía de España’ y ‘Sefaradíes de ayer y de hoy’, serán impartidos por eminentes expertos como Pihas Punturelo, rabino del Colegio Judío de Madrid, o Miguel de Lucas, director del Centro Sefarad Israel.

POCO CONOCIDO

«El patrimonio judío está en auge y es el más desconocido y sorprendente de la historia medieval de la región», afirma Jorge Villar. Tiene además una particularidad: el turismo que busca el legado hebreo es «muy especializado», con un «alto poder adquisitivo», y realmente capaz de apreciar «estos contenidos específicos». Por lo tanto, constituye un nicho de mercado «en el que Cáceres puede crecer dentro de esa estrategia de búsqueda de un turismo de calidad, que genera un alto valor añadido», matiza el edil.

El marco está ahí y es realmente atractivo. «La Judería Vieja parece escondida, pero no... Mantiene su antigua traza, su topografía, su relieve tortuoso, y aunque no se conserven las casas de entonces, es posible vivirla cuando paseas por sus calles: esas construcciones tan sencillas con su sinagoga (hoy ermita de San Antonio) y sus vistas desde el patio al Marco y a la Montaña... Es un entorno precioso», destaca Evangelina Pérez Martínez, guía oficial por oposición desde hace casi cuarenta años, los mismos que lleva admirando y enseñando con pasión a los turistas la judería cacereña.

Y es que la comunidad hebrea estaba instalada en la villa al menos desde principios del siglo XIII, cuando apareció la primera evidencia escrita de su existencia. Fue tras la conquista de la ciudad por Alfonso IX en 1229. En el fuero otorgado a Cáceres, que dos años después ratificó Fernando III, se dedicaban ocho capítulos a los judíos. Posiblemente llevaban ya en la villa más de un siglo, porque algunos investigadores sostienen que los baños del Museo Árabe funcionaron como un ‘mikve’ (espacio donde se realizan los rituales de purificación que prescribe el judaísmo) hacia el año 1.100.

FUERO FAVORABLE

Sea como fuere, en Cáceres se sentían bien acogidos dentro de las circunstancias de la época. El fuero tenía un tratamiento bastante favorable a los sefardíes que residían en la ciudad, «ya que les otorgaba derechos como el de participar en el mercado o el de probar su inocencia jurando sobre la Torá en la sinagoga», recoge en su documentación la Red de Juderías Caminos de Sefarad. Así, la comunidad creció durante años con tranquilidad y con la llegada de los sefardíes que venían huyendo de otras ciudades más restrictivas, sobre todo a raíz de la revuelta antijudía de 1391, cuando las villas extremeñas se mostraron entre las más tolerantes.

Y es que la comunidad de Cáceres llegó a ser la quinta de mayor importancia de Castilla en el siglo XV. De las 10.000 personas que poblaban la villa, los hebreos podían suponer entre 600 y 1.000. Y no solo era una judería, era una auténtica aljama, es decir, donde podían nacer, vivir y morir como judíos. «Para entender su importancia sólo hay que ver su extensión: desde el Arco del Cristo hasta casi la Puerta de Mérida», detalla Evangelina Pérez.

Tuvieron un notable peso económico y social. «En un recorrido por la judería se aprecia lo amplia que fue en su momento. Ejercían diversos oficios, eran grandes comerciantes y artesanos, banqueros y joyeros, y hacían unos dulces maravillosos que han llegado hasta nuestros días. Poseían buenas capacidades intelectuales y manuales, y sobre todo eran muy trabajadores», precisa Evangelina Pérez, que ha vivido con familias judías y conoce bien su idiosincrasia.

Pero los judíos preferían vivir modestamente, sin llamar la atención, siempre juntos para cultivar sus costumbres y perpetuar su legado, al Este de intramuros. En un Cáceres repleto de palacios austeros, la judería era la imagen de la sencillez, «y todavía hoy te invita a imaginar aquella época, aquellos artesanos y carniceros, sus comercios y talleres. La de Cáceres tiene algo mágico y lo sientes cuando caminas por ella. Puede ser una impresión personal, pero lo cierto es que los turistas también se quedan encantados», confiesa Evangelina. Cada año, el 8 de septiembre, se celebra la Jornada Europea de la Cultura Judía, un día muy especial de puertas abiertas con visitas guiadas libres a las juderías, a las que se suman cientos de ciudadanos.

Cáceres tiene documentados al menos 250 años de presencia hebrea. Incluso en el siglo XV, cuando aumentaron las prohibiciones a esta comunidad, «nuestra judería vivió su máximo apogeo», indica Evangelina Pérez. En 1474, los sefardíes que vivían en España pagaron al rey de Castilla nada menos que 450.000 maravedíes. Casi un 2% de esos tributos llegaron desde tierras cacereñas. Semejante presión fiscal llevó en 1477 a un grupo de judíos cacereños a reunirse con la reina Isabel la Católica para pedirle un reparto más justo de la carga impositiva.

EXPULSADOS EXTRAMUROS

Pero la suerte de los hebreos iría de mal en peor. Ya en 1470 fueron expulsados de la que había sido su judería durante dos siglos y medio, obligados a reubicarse más allá de la protección de la muralla. Abandonaron sus hogares, «pero más de cinco siglos después, aún es posible sentir la presencia de aquel Cáceres sefardita en la Judería Vieja (...) Transmite una belleza recatada, de casas pequeñas encaladas», describe la Red de Juderías de España. Allí dejaron su cementerio junto a la Ribera del Marco, que debió existir y que nunca ha sido hallado, así como el Huerto de la Judería, ahora un jardín que homenajea a los que tuvieron que marcharse.

Pocos años después, en 1478, se les agrupó en una segunda judería en los alrededores de la Plaza Mayor, en la que hasta 1492 vivieron unas 130 familias, es decir, unas 700 personas. Era la Judería Nueva. Accedían por el modesto arco de Paneras y crearon una nueva sinagoga donde hoy se alza el Palacio de la Isla. Reinstalaron sus talleres y comercios, pero solo estuvieron allí durante catorce años, porque en 1492 los Reyes Católicos decretaron la expulsión de los judíos. Es cierto que algunos decidieron quedarse, adaptándose a una situación muy compleja.

«Aquello fue un error económico y social, también cultural, porque se perdió mucho», lamenta Evangelina Pérez, que destaca el hecho de que los judíos hayan sido perseguidos en distintas épocas. Sin embargo, Cáceres ha tenido la fortuna de mantener parte de su herencia al abrigo de la Ciudad Monumental. Ahora quiere reforzarla y divulgarla.