Cáceres es una amalgama de Historia, con mayúsculas, y vivencias personales no menos importantes: de poder y esfuerzo, de glorias y sudores, de guerras y lágrimas, de arte y piedra, y de ladrillo y cal.

Cáceres es Ulloas y Caleros, Ovandos y Curtidores, Carvajales y Zapateros, Aldanas y Horneros, Saavedras y Plateros, Golfines y Ovejeros... Es una suma del esfuerzo de muchas generaciones que nos han ido elaborando el maravilloso paño de encaje que es la ciudad antigua.

Calles gremiales que arropan la muralla, la acarician, la protegen y la nombran porque Torremochada, del Postigo, la del Aver, del Bujaco, la del Pobre, del Aire, la del Rey, de los Pozos o la del Río, la del Gitano o la de los Púlpitos, llevan nombres populares para definir lo que no saben con llamadas desde la sabiduría popular. Calles y barrios porque desde la Edad Media hasta ahora barrios enteros como Picadero, Caleros, Tenerías, la Ribera, el barrio judío de la Quebrada, Curtidores y Ovejeros han sido denominaciones populares que, en sí mismas, constituyen ya un verdadero estudio demográfico con sólo nombrarlas.

Calles estrechas, tortuosas y apenas salpicadas de algunas plazuelas, que acaso es pretencioso el llamarlas así de lo chicas que son, y que si bien cumplían su cometido en los siglos XIV, XVI o el XVIII, en el XXI, con la llegada de esa infernal pero apetecible máquina llamada automóvil, se resienten y se rebelan.

Sus vecinos padecen y sienten la situación porque aunque entiendan que el coche es indispensable para muchos menesteres y comprendan a los usuarios, es más importante el poder salir a la calle sin que al poner el pie fuera lo aplaste una moto a toda velocidad, o el ruido de los coches no deje conciliar el sueño a los que viven en esas calles empedradas de los Caleros, las Damas, del Hornillo, Fuentenueva o de las Tenerías.

Aparcamientos disuasorios cercanos, también concienciación ciudadana sobre el uso y abuso del automóvil, facilidad para la reforma y mejora de las casas, dotación de servicios respetuosos con la época de la que datan las calles y también más seguridad para el vecino y el turista, más información para este último, facilitándole el acceso al mayor número posible de palacios e iglesias y, sobre todo, conseguir una ciudad viva, patrimonio de la humanidad pero viva. El Cáceres antiguo que vivió en todos y cada uno de los siglos desde el I antes de Cristo hasta nuestros días no puede quedarse ahora deshabitado y encerrado en la muralla que la protegió antaño. No puede ser un inmenso museo en piedra, vacío de sus habitantes que la abandonan hartos de no saber qué hacer.

Cáceres necesita que el patronato que ya existe, bajo la presidencia de honor del Príncipe de Asturias, regule el uso, conocimiento y disfrute de las monumentales iglesias y palacios, museos y conventos, pero amparando a los vecinos que, herederos de aquellas calles de Gallegos, Pereros, Quebrada, Consolación, Cornudilla o Rincón de la Monja, quieren seguir dando vida a la piedra viva, a la vez que a todos a aquellos que deseen visitarnos.