Periodista

Duela a quien le duela, la opción cacereña para ser capital europea de la cultura es todo menos descabellada. El techo del 2016 ofrece un generoso margen de tiempo que permitirá igualarnos a Córdoba en materia de comunicaciones, la otra ciudad en liza; la parada del AVE, una autovía directa a Madrid o la Vía de la Plata, convertida en la gran arteria que vertebrará la península de norte a sur, componen algunas de las infraestructuras que posibilitarán que Cáceres sea otra cosa en el 2016.

La opción de Cáceres no podrá girar sólo sobre los encantos de una inigualable ciudad intramuros, ni las pinturas rupestres de Maltravieso, ni los antojos artísticos de un alemán enamorado de esta tierra, ni porque haya sido cuna de la aventura americana, uno de los episodios históricos más apasionantes de Occidente, ni porque en su serranía reposara hasta el infinito el emperador que hizo posible el sueño europeo.

Todo esto ya es historia y el 2016 es futuro, ése por el que ahora los cacereños quieren apostar. ¿Acaso no es legítimo aspirar a algo que la historia nos reconoce? El 2016 no es un reclamo electoral sacado de contexto, es una meta y, como tal, requiere un sobreesfuerzo por parte de todos los que la procuran. Pues ahí estamos. La historia ya ha puesto su granito de arena y ahora nos toca trabajar a quienes queremos que Cáceres siga la estela de aquellos que la convirtieron en punto de referencia del pasado.