Llegabas a Cáceres desde el sur, el este o el oeste y lo primero que veías era la Cruz de los Caídos. Pero no cualquier clase de caídos sino los Caídos por Dios y por España, que al fin y al cabo era lo mismo. Pues el que moría por Dios lo hacía por España y viceversa.

Porque Dios, el verdadero Dios, y España, la verdadera España, siempre han ido unidos. ¡ Y de qué manera!. Vio el verdadero Dios con preocupación cómo la chusma musulmana llegaba hasta Covadonga y no se pudo aguantar. Ordenó a una de las muchas vírgenes que hay en España que vivía por allí y por eso se llamaba Covadonga que extendiera su manto para que las flechas árabes chocaran con su manto y bajaran de punta para clavarse en las cabezas sarracenas.

Otro día envió a Santiago Matamoros que no dejó uno con vida. Tampoco estuvo mal lo de Lepanto donde les dimos a los turcos de todo menos los buenos días. Y no veas los frutos que sacamos del brazo incorrupto de santa Teresa.

Ahora resulta que un soldado del glorioso ejército español puede morir por España y no por el verdadero Dios.

Porque si se trata de un musulmán, emigrante, que se apunta al servicio militar profesional para poder comer, muere por Alá, que ya se sabe que no es el verdadero Dios de los verdaderos españoles. O sea que en las paredes de algunas mezquitas pondrán la siguiente inscripción: Muertos por Alá y por el sueldo.

Y para colmo hasta es posible que algún soldado sea ateo, agnóstico o indiferente y no muera por ningún dios. O sea, que ni inscripción ni cruz.

Claro que las consecuencias son desastrosas. Antes, cuando Dios y España eran lo mismo, teníamos un imperio en el que no se ponía el sol (ni la paz, pero eso es lo de menos) y ahora no somos nadie. Teníamos emperadores y papas. Ahora presidentes de comunidad y obispillos.