Llevo cumpliendo condena desde el día 27 de septiembre del 2005, las tardes de los viernes y/o la mañana de los sábados en el Centro Penitenciario Cáceres II, esa especie de fortaleza de ladrillos rojos que aparece nada más enfilar la carretera de Madrid que quiere ser algún día autovía.

Echando cuentas, y calculando el tiempo aproximado de mis estancias en prisión desde el día citado, he cumplido 55,5 horas seguidas (dos días y medio) de permanencia carcelaria o unos 33 fines de semana a tiempo parcial, como me comentan, con jocoso cariño, las funcionarias del centro: "Menos mal que le damos a usted permiso de fin de semana..."

Por mi profesión de abogado, lógicamente, visito y asisto a un cliente que de momento ha dado con sus huesos en prisión, por motivos que no vienen al caso. Y mi personal desgracia profesional, como la de otros muchos letrados, es tener que asistir (¿?) al detenido o preso en las actuales y lamentables condiciones que ofrece el centro penitenciario, como intentaré explicar.

Cáceres II fue levantado en los años 80 para albergar una población reclusa de tercer grado, y eminentemente juvenil, con una cabida de 200-250 reclusos y coexistió con la antigua y romántica cárcel de Cáceres (Cáceres 1) hasta la desaparición de esta última.

Pues bien, en la actualidad, el centro penitenciario de Cáceres alberga más de 400 presos, entre penados y preventivos, y se encuentra, por tanto, saturado y alejado por completo de los fines para los que se creó.

La visita al interno por parte del abogado se realiza en un habitáculo de 1,5 metros cuadrados, aproximadamente, y con la separación de unos gruesos barrotes y un cristal de seguridad, que exige un fuerte aumento de la voz, y con una silla de contrachapado sacada de la cocina de la serie la serie Cuéntame (o de un cuadro de Andy Warhol).

Más de uno se asombraría si les digo que para la población actual de 400 presos ¡sólo hay un locutorio de visitas! Lo que significa que si cualquier día, el 10% de los internos quiere ver a su abogado (o viceversa) se emplearían 40 horas (calculando una hora por letrado) es decir, tendría que formarse una cola de togas que duraría casi dos días. Había, hasta hace poco, otra cabina a nuestra disposición, pero la dirección del centro ha decidido que sea sólo para las autoridades judiciales (a las que jamás he visto en prisión, salvo al Juez de Vigilancia) y en esta no se puede comunicar, aunque la de letrados esté ocupada, según el supervisor y no sé qué orden interna (que por supuesto no se ha notificado al Colegio de Abogados).

Resulta muy gracioso, comparativamente hablando, pensar en las películas americanas en las que el abogado de La Ley de los Angeles , por ejemplo, visita a su cliente en una sala espaciosa, con máquinas de coca-cola y se sienta ante aquel utilizando una gran mesa, en la que se puede escribir, ver un sumario, escuchar una cinta de audio (cuando se trata de intervención de comunicaciones en proceso penal) en fin, todo son privilegios (¡se puede preparar una causa penal, vaya...!)

En España, el Ministerio de Justicia se ha lanzado a la carrera de las tecnologías, con la implantación de la oficina judicial virtual, y la firma electrónica, y, al igual que los Colegios de Abogados, tiende a la máxima optimización de los servicios a base de tecnología informática; vale, perfecto.

Pero resulta cuando menos paradójico que un letrado pueda comunicar a cualquier prisión española, a través del servicio telemático de pases, su presencia en prisión, con un hiper-sofisticado sistema de validación y claves de seguridad, y que una vez en el centro, se produzca el encuentro en condiciones imposibles para ejercer el derecho constitucional de defensa, y en una estancia más parecida a un zulo que a otra cosa. Tal y como está el patio (nunca mejor dicho) habrá que cometer un delito o hacerse pareja de hecho del cliente/a para poder tener derecho a una comunicación sin barrotes y preparar el juicio con un mínimo de garantías.

De momento, seguiré cumpliendo condena en estas condiciones, aunque me libre del recuento, y me den permiso de fin de semana. A lo mejor me quedo a comer, el rancho no es malo.