Se llama Roma. Es medio café, medio pub. Se encuentra perdido en una calle discreta del residencial Montesol, por encima de la ronda norte. Se ha puesto de moda como lugar discreto para pactar y conspirar. Tiene un hermano en la avenida Ruta de la Plata con una terraza de verano que hace furor, pero no depara la reserva y el misterio de este pub-cafetería del sur de la ciudad feliz : más conocido por los políticos y las parejas huidizas que por el común de los cacereños.

La política en Cáceres y en Plasencia se ha complicado. En ambos ayuntamientos no hay mayoría absoluta y se ha desatado la fiebre de los pactos, las negociaciones y las componendas. Pero para que las conspiraciones lleguen a buen puerto es indispensable la privacidad. En Plasencia están tan acostumbrados a estos jaleos que les da todo lo mismo y son capaces de urdir una moción de censura en la terrza más concurrida de la plaza Mayor.

Políticos peliculeros

En la ciudad feliz , los políticos son más canónicos o más peliculeros y les gustan los guiones de thrillers de espías con citas secretas y rincones apartados. "Quedamos en la mesa de la esquina del fondo del salón de la claraboya del Gran Café", dan hora para la intoxicación los altos cargos socialistas. "Podemos ir a un pub nuevo donde nadie nos verá en el residencial Montesol", quedan en el Roma los políticos del PP.

Pero estos misterios y este gusto por la política de café no es nuevo en la ciudad feliz . De los espacios históricos para el complot, ninguno tan cinematográfico como el café Santa Catalina allá por los años 20 del pasado siglo. Estaba situado en la esquina de General Ezponda con la plaza Mayor y tenía tres plantas. En la primera quedaba el gran salón, que era algo oscuro y como la luz eléctrica no llegaba hasta bien entrada la noche, se alumbraba con velas.

Los camareros del salón de losseñores vestían de esmoquin y habría que verlos a la luz de las velas atendiendo a la tertulia de los políticos de la que formaban parte Gonzalo López Montenegro, presidente de la Diputación, el coronel Rodríguez Arias, que luego acabó siendo general, o el alcalde, Arturo Aranguren.

En otra mesa, junto a un ventanal, se reunían el gobernador civil, José García Crespo, amigo del dictador Primo de Rivera, José Ibarrola, el comandante Macías y periodistas como Narciso Maderal, que fundó el vespertino Nuevo Día , colaboró en el EXTREMADURA y fue alcalde de Cáceres de 1937 a 1940.

Otro local muy agradable para conspirar antes de la guerra civil fue la cervecería Castaño de la calle Moret. Por allí pasaron Calvo Sotelo, Gil Robles, Miguel Maura o José Antonio Primo de Rivera. A partir de 1940, tomó el relevo como centro del correveidile político el café Avenida, situado en la avenida de España, junto al cine Norba. Tenía animadoras, orquestas y unas tertulias políticas que llegaron a inquietar a los gobernadores de turno, aunque más por su capacidad para generar rumores sin trascendencia que por un verdadero afán de complot en medio de la férrea dictadura.

Finalmente, hay que mencionar el Jámec de la calle Pintores, el último de los clásicos en cerrar. Cuando desapareció un 29 de julio de 1980, dejó entre sus paredes la resonancia de las tertulias literarias (Pedro de Lorenzo, Delgado Valhondo, Dionisio Acedo) y las reuniones políticas alrededor de personajes de renombre como el general Yagüe o los ministros Torcuato Fernández Miranda y Adolfo Díaz Ambrona.

Hoy, pubs de extrarradio, cafés céntricos y salones de hoteles como la cafetería del Alcántara o del hotel Las Marinas (esta última sólo en invierno pues en verano abre sus puertas de par en par y se pierde discreción) han venido a sustituir en la ciudad feliz a los cafés de antaño en el emocionante trance del complot, el pacto y la conspiración.