En el Cáceres de mi infancia recorrían las calles, entre otros, el arenero que vendía "arena fina del Tajooooo", el frutero, que ofrecía "sandías colorás, a raja y cala", el piconero, " picón quién". No existía la televisión, los periódicos apenas tenían lectores y radio Cáceres comenzaba su andadura, de manera que la publicidad se hacía de viva voz. Los tiempos han cambiado y la ciudad se ha modernizado.

Pasamos a la furgoneta que nos ofrecía el arreglo de "sofales, sofales camas...". Pero aún era tan silenciosa y el afán recaudatorio tan ilimitado que ahora nos encontramos ensordecidos por los anuncios de cualquier venta o evento desde los potentes altavoces de un automóvil. Si no acudes al fútbol, a los toros, a un mitin o no compras determinado objeto es porque estás muy pero que muy sordo, porque el ruido que producen impide la conversación e incluso la atención a la lectura en "tu propio domicilio".

El estruendo no debía ser suficientemente grande y puedes ver cómo los guardias contemplan estoicamente los vehículos con el escape trucado para producir el mayor ruido posible. Como era de esperar, algunos imberbes se han sumado al barullo conduciendo discotecas ambulantes.