Las frías estadísticas sobre el maltrato reiterado en la infancia --físico, psíquico o abuso sexual-- no son capaces de revelar con fiabilidad el número de niños que padecen esta tragedia. Hoy día continúa "levantándose un muro de silencio en torno a estos hechos, que adquieren caracteres de ocultismo absurdo y casi absoluto en los abusos sexuales dentro de la familia", según asegura el director del Instituto de Medicina Legal de Cáceres, José María Montero.

Uno de cada tres agresores sexuales de menores son conocidos de la víctima y algo menos de la mitad, personas desconocidas para el niño. Casi un tercio de estas agresiones se producen en la calle, en jardines o en el campo, mientras que el resto de lugares más usuales son la casa del agresor, la del menor y el colegio.

Los niños son las principales víctimas. El 52% de los varones agredidos tienen entre 4 y 13 años y el 38%, entre 14 y 16. En el caso de las mujeres, el 74% de las agredidas son niñas y un 26% adolescentes.

Estos son algunos de los datos que ayer se pusieron sobre la mesa en las I Jornadas sobre Maltrato Infantil, organizadas por la Mancomunidad Tajo-Salor, con la colaboración de la Consejería de Bienestar Social y celebradas en Arroyo de la Luz. Participaron un centenar de profesionales de la sanidad, la educación, la judicatura, de las fuerzas de seguridad y los servicios sociales.

En Extremadura unos 800 menores corren riesgo de sufrir malos tratos, según datos de la Junta, que ayer recordó el presidente mancomunal, Santos Jorna, una situación "que nos preocupa". Precisamente, uno de los objetivos de las jornadas ha sido concienciar a los profesionales de la importancia de la detección y notificación de posibles casos de maltrato, al mismo tiempo que se fomenta la actuación coordinada de las distintos profesionales.

El maltrato físico en la infancia es más fácil de detectar a causa de las lesiones que padece el menor (hematomas, fracturas o quemaduras). Más difícil resulta percibir que un niño es objeto de maltrato psicológico o de abusos sexuales. No obstante, hay una serie de indicadores en ambos casos. En el primero, el menor siente miedo y desconfianza injustificada ante los adultos; tiende al aislamiento; se aleja del ámbito familiar; tiene dificultad para adaptarse a situaciones cotidianas; y es un niño pasivo. En el caso de sufrir abusos sexuales, el menor también demuestra desconfianza en el adulto y se aisla; tiene un fuerte sentimiento de culpa y pesadillas. Si es adolescente, puede llegar al abuso de drogas e, incluso, al intento de suicidio.

La comarca de Tajo-Salor desarrolla un programa experimental para mejorar el proceso de intervención en estos casos de maltrato. Según explicaron Margarita Fernández y Luz Aparicio, trabajadora social y educadora social del programa, respectivamente, trabajan con familias de riesgo y con familias maltratantes, incidiendo sobre áreas concretas que permitan en un caso aminorar ese riesgo y, en el otro, que el menor pueda reintegrarse en su núcleo familiar.