Carmina Caldera Cabezón nació en el número 24 de la calle Valdés. Su padre, Emilio Caldera y Cepeda (1859-1929), era hijo de Juan Caldera, médico que ejerció en Cáceres hacia mediados del siglo XIX y a quien debemos los cacereños las primeras aplicaciones del sistema homeopático para la cura de enfermedades.

Emilio era el menor de cuatro hermanos, se hizo maestro, demostrando desde el comienzo entrega y vocación. Ejerció en la Obra Pía de Marrón, que estaba en la calle Moros (Margallo) y dio clases en una escuelita que hubo en la calle Cortes, hoy Moret. Figuró entre los fundadores de las Conferencias de San Vicente de Paul y del Círculo de Artesanos, a cuya biblioteca era uno de sus más asiduos visitantes. Le sobrevino la muerte en una cacería cuando contaba 70 años.

El matrimonio tuvo cuatro hijos: la mayor, Francisca, (para todos la tía Paca), era funcionaria de la administración local y trabajó en la farmacia del ayuntamiento; Emilia era maestra y dio clase en El Perejil, igual que Juana, a la que todos llamaban Nana , que dio clase en La Montaña. Carmina fue la hija menor, estudió en el Instituto El Brocense de la Preciosa Sangre y en 1942 aprobó la oposición de funcionaria de la administración local. Durante 45 años fue la secretaria particular de ocho alcaldes cacereños: Francisco Elviro, Luis Ordóñez, Casto Gómez Clemente, Alfonso Díaz de Bustamante, Manuel López, Luis González Cascos, Manuel Domínguez Lucero y Juan Iglesias Marcelo.

A su marido, Fernando Alcalá Sánchez, lo conoció en 1941 durante un desfile castrense; él era cabo gastador, desfilaba de los primeros, tenía muy buena planta y Carmina se fijó en aquel joven apuesto con el que contraería matrimonio en 1949 en Santiago. La pareja vivió un romance entre los paseos por Cánovas y las películas del cine teatro Capitol, inaugurado durante su noviazgo, un 6 de mayo de 1947.

El Capitol, en la calle Sancti Espíritu, era un cine muy bonito, con un vestíbulo de lámparas de arañas que se estrenó con la superproducción El mercader de las esclavas . Lo construyó la empresa Corcobado-Sotomayor, tenía 800 butacas tapizadas todas en terciopelo encarnado, además de calefacción y refrigeración y un escenario vestido en cortinajes diversos. La planta baja del teatro tenía camerinos para las compañías y hasta servicios para las señoras.

Carmina compró el ajuar en Modas Dioni gracias a las horas extra que hizo por las tardes rellenando los recibos de la contribución en su casa, con la ayuda de su entonces pretendiente.

El matrimonio vivía en el 26 de la calle Valdés, encima de la Banca Sánchez, donde Fernando trabajaba (fue director de la sucursal, que luego se trasladó a Pintores, donde posteriormente sería Banco de Extremadura y después Caixa Geral). La pareja dormía justo encima de la caja fuerte.

Formaban una pareja peculiar. El, alto y espigado; ella, pequeñita, guapa y elegante. Cuidaba las cenas de Navidad en las que siempre regalaba a sus nietos un libro, y todas las semanas les compraba cómics del Pato Donald; tantos compró que hasta pudo presentarse a un concurso organizado por la editorial gracias al que consiguió ¡¡¡tres bicicletas!!! para los pequeños.

Paella en El Quijote

A Carmina le gustaba el campo. Tenía una casa en La Montaña que se llamaba El Quijote , donde cada domingo preparaba paella. Iba a la peluquería Flori de La Madrila Alta (al lado de La Cuerda), al supermercado de Aparicio, en General Ezponda, a la pastelería Imperial, que estaba en La Madrila Baja, donde hoy está El Submarino. Allí, Blanca siempre le vendía riquísimas bambas de crema.

En verano no faltaban los helados de la Pastelería Isa, la de la plaza Mayor, ni las chucherías del quiosco de Pepita. Las flores, en Avelina, los zapatos, en El Cañón, que estaba frente al Gran Teatro. En casa de Carmina nunca entró una revista del corazón, pero sí infinitas de decoración y, por supuesto, el EXTREMADURA. En el campo, el periódico era suyo, lo leía, hacía los crucigramas, lo releía, y luego lo doblaba con mimo exquisito.

Su médico era Juan del Arco, su joyería, Morales. Los sábados por la tarde escuchaba misa en San Juan con don Manuel Vidal. Carmina, que olía a Eau de Rochás, era del Nazareno y la Montaña y en San Jorge no se perdía el dragón. La pareja compró primero un Mini y luego un Renault 12. Viajaban a Portugal, a Cádiz y Matalascañas.

El matrimonio tuvo cuatro hijos: Fernando, profesor de la Laboral, Carlos, da clases en el Santa Eulalia de Mérida, Javier, profesor de Magisterio que falleció hace unos años, y Carmen, a la que todos llaman Nena , que es asistente social en la residencia de Cervantes. Tuvieron seis nietos: Fernando, Jorge, Beatriz, María, Rocío y Alba.

Entre sus amigos: Matilde Reaño, casada con Pedro Escorial, María Teresa Crespo, una de las primeras mujeres de Cáceres que se atrevió a llevar pantalón y montar en moto, Agapito y Rosa, Barrios, Evaristo Valle y Mari, Juan Jiménez Núñez, trabajaba en el Instituto de Previsión, y Oti Garrido, su mujer...

Carmina destacó en su trabajo. Tenía el despacho en la antesala de Alcaldía, escribía a pluma o a máquina. En su agenda, los teléfonos de todos los ministros. Fue una funcionaria correcta: de excepcional discreción, filtro que salvaba cualquier situación que pudiera resultar incómoda a los alcaldes para los que trabajó. Era una mujer ideal para aquel cargo: educada, de fina voz, amable y paciente. Su trayectoria personal y profesional se vio reconocida en 1988 cuando le fue impuesta la Medalla de la Ciudad. Carmina falleció el pasado 19 de julio tras una vida plena.