Cáceres, 9-3-1984. Trabaja para la industria musical en 'management' y comunicación de varios artistas.

--¿Cómo ve Cáceres ahora, desde la distancia?

--Empañada por un color gris que no se merece. Cuando vives o viajas fuera de ella, te das cuentas que sigue siendo una joya sin pulir, y eso es una lástima cuando Cáceres tiene las herramientas necesarias para brillar, con un entorno monumental y natural incomparables, la universidad y gente con muchísimo talento con ganas de emprender, pero todo ello en las manos no adecuadas han hecho que la vida se desvanezca en una ciudad que a veces parece de cartón piedra. Preciosa pero sin vida.

--¿Se ve volviendo algún día?

--Mi familia y los amigos, que aún pueden permitirse no emigrar, están aquí, por lo que siempre vuelvo. Tengo un proyecto muy bonito y musical entre manos y Cáceres es una de las ciudades candidatas para llevarlo a cabo. Esa sería una bonita manera de volver.

--¿Tienen remedio los males de la ciudad?

--Los tienen sin ninguna duda. Precisamente esos remedios tienen que nacer del abandono de este manto de pesimismo y conformismo que nos envuelve. Es el momento de pasar a la acción, de hacer que los de arriba tengan claro que el poder es de los ciudadanos, que les hemos consentido demasiado pero que ahora vamos a arreglarlo, porque podemos hacerlo y eso no debemos olvidarlo.

--¿Cuál es su rincón favorito?

--San Jorge. Hace unas semanas un grupo que había actuado allí durante un WOMAD me contaba que había sido una experiencia única tocar en un marco como ese y entre el vuelo de las cigüeñas. Es sencillamente un lugar muy especial.

--Trabaja en el sector. ¿Por qué cree que la gente va cada vez menos a los conciertos?

--Partiendo que la política en general está siendo pésima, la que se aplica al mundo de la cultura no iba a ser mejor. La subida del IVA ha sido un mazazo para la música en directo. Por muchas vueltas que intentas darle a las cuentas, es imposible asumir ese incremento para que no afecte al público, que ya no puede tampoco rascarse más el bolsillo. Si de una entrada media de 12 euros hay que repartir entre la sala, promotor, músicos y gastos como desplazamiento, cartelería, alojamiento, etc., la situación se torna dramática teniendo que afrontar esta nueva medida. El artista se ve obligado a buscar alternativas como prescindir de músicos o no girar por ciudades más pequeñas, el público por su parte acude a menos eventos y esto se convierte ya no sólo en una empresa difícil sino en la tumba de nuestra cultura.