Amigo Javier: Con el sosiego reflexivo de Navidad he decidido comunicarme contigo con el mismo método que tú utilizaste el 23 de diciembre. Te agradezco sinceramente la consideración y valoración que te merezco, que te aseguro no es menor que la que tú me mereces a mí, que es muy alta.

Para tu tranquilidad quiero transmitirte que vivo en mí viviendo sin excesivos problemas y que las caras que poseemos son las que son: unas veces poemas, otras novelas, algunas dramas y quizás hasta epigramas, pero que son producto de situaciones desconocidas, la mayoría de las veces, para los que hacen interpretaciones sin haber recibido las confidencias del interesado. Me considero persona respetuosa y no comparto ni el tono ni lo adjetivos que dedicas a mis compañeros, a los que respeto y valoro porque siempre me han mostrado consideración y respeto suficientes para lo que yo exijo y necesito.

Comprendo, sin embargo, las valoraciones que haces de compañeros de mi grupo, porque sé que tú no has tenido la consideración que indudablemente te merecías de los tuyos por tu dedicación, conocimiento y buen hacer, pero no creo que la situación sea extrapolable.

No siento necesidad de rehabilitarme, porque no tengo sensación de haberme deteriorado y sólo se rehabilita lo que se ha deteriorado, como sabes tú bien, ya que eres un gran experto en arte. Si me fuera posible rehabilitar los muros... de la carrera de la edad cansados , que decía Quevedo, sí lo intentaría, pero temo que eso no será posible.

No creo que necesite convalecencia, porque te aseguro que no tengo heridas; por tanto, tranquilo, Javier. Descanso sí deseo, y este periodo vacacional me servirá para arrancar con bríos hacia las metas que me tengo marcadas para el futuro. Sinceramente me siento con fuerzas y ganas de seguir luchando y peleando por los ideales que no se me han desvanecido.