Apenas me enteré de que había una cata de Vega Sicilia decidí acudir pues si al catar un vino de seis euros se les ocurren tantas cosas qué se les podría ocurrir ante uno de doscientos. En las catas se aprende mucho. Tras años bebiendo chatos descubres que no sabes coger la copa aunque la culpa es del camarero que te sirve en un vaso. La coges del tallo, miras su color, porque aunque creas que el vino tiene el color del vino resulta que no. Los hay rubí o cereza, el joven, y granate o tirando a anaranjado si es de crianza. Hasta tienen capa porque si pones delante de la copa un texto, no es necesario que sea de Cervantes, y lo lees se debe a que el vino es de capa baja y si no lo lees de capa alta. ¡Ay!, los vinos también lloran. Lo observarás moviendo ligeramente la copa y verás sus lágrimas. Los más llorones son los de mayores graduación. Lo del olfato tiene tela pues debes distinguir aromas primarios, secundarios y terciarios. Ese día olieron a granadas, a ciruelas, a lentejas, quizás con chorizo, que ya hay que tener hambre, y uno, acaso resfriado, no olía a nada. No olía a tanino, cosa excelente al parecer, y hubo quien tenía la sensación de torrefacto, de tabaco, de especias, y todos acordaron que limpiaba la nariz, sin sonarse conste. ¡Al ataque! Ataque son las primeras sensaciones al beberlo. Primero los cuatro sabores básicos, que si están equilibrados resulta que es un vino redondo pues no sé si los hay picudos y hasta elipsoidales. Con el tiempo se produce el retronasal. O sea, que si mantiene las sensaciones es de larga retronasal. Tras otra espera, se obtiene el resultado final. Puede ser corto, mediano o largo si la duración del final es superior a los seis segundos, de manera que no vayas a una cata si no tienes un cronómetro. Al llegar a casa tan instruido le dije a mi esposa: " Te voy a traer un Vega Sicilia para que lo cates". Y ella me contestó: " No olvides la gaseosa". Llevé un Don Simón.