En estos tiempos un tanto descoyuntados, en los que las gentes de una y otra parte toman partido desde sus pasiones, desde sus odios y fobias, nacidas del «localismo», del «provincianismo» y de la ignorancia; es el momento de reflexionar, asentar nuestras ideas, y construir verdades para la convivencia a partir del amor y la sensibilidad solidaria. Todo para superar situaciones a las que nos han llevado ciertos elementos «ambiciosillos» y de poca conciencia, que sólo buscan conservar su «poltrona», sus prebendas y sus privilegios a base de mentir, predicar falsedades y enaltecer diferencias o envidias ancestrales; en lugar de crear espacios de amistad y comprensión entre las gentes de unos y otros ámbitos de la geografía nacional. El «catalanismo independentista» es la postura más ridícula y «cateta» que se viene dando con tozuda insistencia entre ciertas minorías tribales y provincianas de las zonas del noreste de España.

Pero, igualmente, poca Historia han estudiado ni aprendido los dirigentes políticos del País al considerar que España es la nación más antigua de Europa, que se formó ya hace cinco siglos y que sus gentes siempre se han considerado miembros de una única entidad socio política; patria común de todos sus habitantes.

En ambas posturas hay enormes lagunas de egoísmo tribal, de «cazurrismo» rural y de desconocimiento; que suelen ser las cualidades que encienden y animan las manifestaciones, provocan la violencia callejera y aumentan los desencuentros de unos y otros, sobre temas y aspectos que deberían unirlos.

Los cacereños deberíamos reconocer que los lazos que nos unen a las gentes catalanas son muchos, y todos positivos. Entre los nombres que designan a muchas de nuestras calles hay merecidos recuerdos para ilustres familias catalanas que vinieron a establecerse a nuestra ciudad --directa o indirectamente-- para instalar sus negocios, para mejorar nuestras vidas o para gobernar a los cacereños y modernizar sus costumbres. Costumbres poco evolucionadas desde épocas muy primitivas que decían poco en favor de nuestros ancestros.

Por razones de Fuero y conquista, los cristianos que ocuparon la ciudad en la Edad Media escogieron a San Jorge como su Santo Patrón, que ya lo era de «Catalonia» y de la «çiutat de Barçelona». El «pendón» que abanderaba las milicias concejiles de la Villa Realenga se llamó siempre Pendón de San Jorge, y su figura ancestral, luchando contra el legendario dragón, presidió las estancias y salones del viejo Consistorio, sede de las instituciones municipales.

Pero sería hacia mediados del siglo XIX, con los inicios de la Revolución Industrial, ya importante en Cataluña, cuando varias familias de aquella procedencia vendrían a establecerse en nuestra ciudad para crear en ella sus negocios, para administrar las fincas de los terratenientes locales o para crear linajes nuevos con apellidos de resonancia «lemosina».

El primero de estos apellidos debió ser Calaf --procedente del municipio de Copons-- que vinieron a establecer empresas de arriería y trasportes. Don Ramón Calaf llegó a ser Alcalde de Cáceres, y su afán fue «modernizar» de ciudad y las costumbres de sus habitantes. Valhondo Calaf sigue siendo uno de los apellidos más prestigiosos de Cáceres.

También fue importante Moret; pues aunque don Segismundo nació en Cádiz, sin duda, su apellido era catalán. Otros fueron Busquet, Crehuet, Ballell, Maluquer, y otros varios cuya sola enumeración llenaría esta breve referencia «tribunicia».