Los cementerios son lugares sagrados. El cerro de la Buitrera está muy lejos de serlo. Esta colina que se levanta entre la avenida de Puente Vadillo y el camino de Valdeflores --frente a la ciudad monumental y a un extremo de la Montaña--, se ha convertido en un dantesco matadero clandestino de animales. Sus restos, quemados o simplemente secos al sol, abonan con una clara impunidad el erial de pinchos y zarzas que es este paraje en verano.

Alegría estaba condenada a morir en este pedregal. Esta perra podenca fue descubierta el sábado entre una madeja de ramas espinosas con la cabeza abierta y la mandíbula partida. Después de apalearla, su dueño la arrojó a un zarzal. Para rescatarla, ya moribunda, se necesitó incluso la intervención de los bomberos.

Un secreto a voces

El caso de esta podenca, que milagrosamente sorteó el trágico destino que le había servido su amo, ha puesto al descubierto este museo de los horrores que para muchos es un secreto a voces. "Los vecinos de la zona, la gente que tiene perros e incluso la policía sabe que aquí traen a los animales a morir o a abandonarlos ya muertos", explica un vecino que suele pasear a su perro por este cerro. El mismo ha avisado varias veces a la policía cuando ha encontrado algún animal.

Este vecino, que prefiere mantenerse en el anonimato, acompañó ayer a EL PERIODICO en una ruta por este zoo de fósiles al aire libre. La subida hasta el cerro, en el que despunta una antena de telefonía, se hace sin demasiada dificultad, aunque a ratos es insoportable.

Mucho antes de coronar la cumbre, a uno y otro lado de la senda, el campo aparece sembrado de sacos blancos. De cerca, en su interior se vislumbran cuerpos retorcidos y descompuestos de lo que uno puede adivinar que fueron perros.

"Cuando los animales ya llegan muertos, casi siempre los traen en estos sacos cerrados, luego otros perros o alimañas del campo los rompen y diseminan los huesos por el campo", señala este improvisado guía. Cráneos, vértebras y huesecillos se confunden malamente con el paisaje pedregoso y estéril. Triste final para una mascota que probablemente fue muy fiel a sus amos.

Esta forma de desprenderse de los animales muertos pone una vez más en evidencia las carencias que sufre Cáceres para evitar este tipo de sucesos. El ayuntamiento ha anunciado hace meses su intención de instalar una incineradora de animales, pero hasta el día de hoy sólo se ha quedado en intención. El único servicio habilitado para este fin es el horno de cal de Conyser.

Desde la cumbre, la espectacu-