Muchos tienen en sus nichos la imagen de la Virgen de la Montaña, otros el Corazón de Jesús y alguno el escudo del Athlétic de Bilbao. La mayoría de las lápidas solo incluyen nombres y fechas, pero hay epitafios con oraciones, poemas, textos en latín, proverbios africanos, biografías, declaraciones de amor y hasta citas agoreras que recuerdan que detrás iremos todos. Es el cementerio de Cáceres, abierto en 1844, al que en estos momentos solo le quedan un centenar de nichos libres (después comenzarán los enterramientos en la parte nueva). Ahora cobra más carácter histórico si cabe, ya que allí reposan decenas de miles de cacereños fallecidos en los últimos 158 años, desde la nobleza con sus elegantes panteones hasta los más pobres enterrados en el suelo, sin cruces, sin identidad.

Al cementerio le quedan pocos meses. La tasa de mortalidad facilitada por el ayuntamiento es de 1,4 personas al día. El último pabellón de nichos ya se ha agotado y solo están disponibles unos 110 en distintas ubicaciones, además de otro medio centenar que quedará libre en verano tras la reubicación periódica. Por supuesto que los ciudadanos con nichos en propiedad tendrán derecho a enterrarse en el viejo camposanto, pero el resto irá a la zona de ampliación.

El recinto tradicional tiene 35.300 metros cuadrados y unas 20.000 sepulturas. Es un testimonio vivo de la historia, porque las tumbas hablan al detalle de otros tiempos. "Para entender el pasado de las ciudades hay que visitar los camposantos. Ofrecen un volumen impresionante de nombres, fechas o costumbres. Las lápidas son documentos epigráficos con información biográfica a veces exclusiva. El recinto es una enciclopedia, un gran archivo, el gran registro de los cacereños", explica el responsable del Archivo Histórico Municipal y Cronista Oficial de Cáceres, Fernando Jiménez Berrocal.

Un simple vistazo a la parte más antigua del cementerio deja clara la estratificación social de la época: la nobleza se enterraba en los panteones y posteriormente también los grandes adinerados, mientras que las clases burguesas y medias acomodadas comenzaban a ocupar los nichos con lápidas grabadas en mármol, granito o pizarra. Los pobres eran sepultados directamente bajo tierra, en el centro de los patios, donde aún se aprecian los pequeños montículos alineados, uno tras otro, sin más.

PRIMEROS 'INQUILINOS' El cementerio se abrió en 1844 con el nombre de Nuestra Señora de la Montaña, tras la prohibición de seguir enterrando a los muertos junto a las cuatro parroquias --Santiago, San Juan, Santa María y San Mateo-- por razones sanitarias. Se trataba de una zona alejada y ventilada. "Los primeros restos que llegaron fueron los de Don Juan Durán de Figueroa y Doña Isabel Baca, fundadores del convento de la Concepción, que al ser desamortizado cayó en ruinas", explica el historiador. Los cuerpos se trasladaron al cementerio y ocupan la primera tumba, blasonada con escudo. Otras piezas del convento se agregaron a la capilla circular del camposanto, que alberga una escultura de la Virgen de la Estrella.

En el centro de la zona más antigua se alinean los grandes panteones de las familias pudientes. Son edificaciones interesantes desde el punto de vista histórico y artístico, con esculturas, piezas heráldicas y construcciones en mármol o granito de distintas influencias, incluida la de Gaudí con sus pináculos. Allí figuran los apellidos más conocidos del pasado cacereño, como Carvajal y Montenegro, Marqueses de Castro-Serna, Condes de Canillero, Marqueses de Camarena, Berjano, Guillén, Durán Escudero, Floriano, Sánchez de la Rosa o López Hidalgo.

Junto a ellos se sitúan algunos espacios reservados a colectivos religiosos --Hermanitas de los Pobres, Obras de Amor...--, ya que los cementerios de los conventos también fueron prohibidos.

En los muros de estos patios más antiguos comenzaron a organizarse los nichos de los profesionales liberales, de los ilustrados y en general de las clases medias acomodadas. Un paseo por la zona sorprende por la cantidad de nombres tan conocidos de la tradición local. Allí descansan empresarios, comerciantes, ganaderos, abogados, escritores, profesores, políticos, militares, religiosos, altos funcionarios e incluso miembros de la nobleza que no tuvieron panteón. Las lápidas recogen nombres tan destacados del siglo XIX y principios del XX como el del poeta y novelista Reyes Huertas, el fotógrafo García Téllez, el abogado, diputado y senador nacional Muñoz Chaves, el catedrático y director del Instituto de Segunda Enseñanza, Sergio Sánchez, la fundadora del Teatro de Variedades, Juana Eguizábal (Jiménez Berrocal estuvo un año buscando su tumba hasta localizarla), o las familias Porro de Sotomayor, Vallés, Varona, Bayle, Mendieta, Valhondo, los Marqueses de Torreorgaz y Castrofuerte, o los Vizcondes de la Torre de Albarragena.

No faltan las dinastías que llegaron de fuera y que hicieron en Cáceres sus capitales y sus negocios, asentándose para siempre en la ciudad, entre ellos los cameranos que vivían del trasiego del ganado, los comerciantes y conocidos empresarios como García Vinuesa, Calaff, Segura, Samaniego, De la Riva, Sanz García...

Por el contrario, algunos cacereños de origen volvieron para su reposo eterno tras recorrer medio mundo, y así lo relatan sus lápidas: "Aquí descansa Miguel de Ovando y Pereiro, caballero de la orden de San Juan de Perú y mayordomo de semana de Su Majestad, fallecido en 1841". O por ejemplo otro militar, Fidel Lastras Castillo, que sirvió en "Cuba, Filipinas y Mindanao".

Y es que entre las clases acomodadas se encuentran los epitafios más curiosos. Algunas lápidas dan consejos escalofriantes a los vivos, como la de José Calaff y Acevedo, de 34 años, muerto en 1870, que dice: "Detén tu aciago paso / y considera que por momentos te espera / igual suerte que yo paso". Pero también hay románticos testimonios de amor: "Doña Josefa de la Presa vivió 47 años y falleció en 1863. Por sus virtudes, amor y cariño a su esposo, magistrado de esta Real Audiencia, no la olvidará jamás y la llorará mientras viva".

DUELO EN LA CIUDAD Otros epitafios dan fe de la relevancia popular del difunto y quieren que la historia lo sepa: "Aquí yace el distinguido escritor y elocuente abogado Don Emilio Pérez Morales, decano que fue del ilustre colegio. Sus bellísimas condiciones y carácter, y su talento nada común, le hicieron simpático y popular hasta el extremo que el día de su sepelio provocó una solemne manifestación de duelo en la ciudad. Su tercera esposa y sus menores hijos le dedican esta memoria. Año 1892".

Algunos son en exceso detallistas, por ejemplo el presbítero José Jaime Segura, cuya lápida revela incluso la hora del fallecimiento: "27 de marzo de 1863, a las 4 de la mañana, a la edad de 69 años y 7 días". Los hay muy filosóficos, como una sepultura familiar que recoge un bello proverbio africano: "Solo el cielo puede ver el lomo del gavilán". Existen incluso citas del Apocalipsis, reflexiones, nombres entre exclamaciones y poemas.

Esta parte antigua del cementerio ofrece otras revelaciones históricas. Entre ellas la importancia que supuso el asentamiento de la Audiencia Territorial de Extremadura en 1790, con la llegada de numerosos funcionarios que modernizaron la ciudad. Dicen que fue un hito, y prueba de ello es que un alto porcentaje de los nichos pertenecían a letrados o jueces.

El paso de los años ha castigado a estas tumbas, la mayoría de propiedad perpetua, y muchas están rotas, sucias, ilegibles, llenas de maleza o simplemente sin ningún elemento que permita ya reconocer su origen.

En tercer lugar, y situados entre los grandes panteones y los nichos, están los propios patios sobre la tierra y la hierba. Era allí donde se daba sepultura a los muchos cacereños que no podían pagarse otro tipo de enterramiento. En una de estas zonas se sitúa el limbo , lugar de descanso de los niños no bautizados.

Junto a la parte antigua del camposanto se ubican otras sepulturas con mucho peso en la historia local, como los fallecidos a consecuencia de la Guerra Civil española, separados en dos espacios distintos y distantes. En aquella contienda también participaron tropas árabes y algunos de sus soldados encontraron la muerte, por lo que se habilitó una zona conocida desde entonces como Patio Moro.

El resto del cementerio tiene otras curiosidades. Se han celebrado algunos entierros de caridad , de mendigos que reposan en nichos sin nombres. En cambio, y como contrapunto, en la zona más moderna se han incorporado incluso fotografías a tamaño natural y hasta esculturas de los difuntos, pero la gran mayoría son nichos similares que solo varían en el tipo de florero y en la imagen religiosa. Al fin y al cabo, la muerte lo iguala todo.