La polvareda política, jurídica e institucional que se ha levantado en los cuatro puntos cardinales de todo el país, a causa de los innumerables procesos simultáneos para juzgar delitos, fraudes, estafas, «pitufeos», blanqueo de dinero negro, financiaciones ilegales de los partidos más conservadores, cristiano demócratas, nacionalistas o liberales, con otras variadas muestras del «buen hacer» de nuestros políticos. Añadido, además, a los interminables juicios pendientes en varias comunidades autónomas por tramas de corrupción que se van descubriendo en los recovecos de los gobiernos plurianuales de todas ellas; han ido creando un ambiente irrespirable y «maloliente», muy dañino para la salud democrática del cuerpo electoral de los españoles. Aunque haya sectores de la ciudadanía que ni les interesa curar este cáncer, ni creen necesario hacerlo por formar parte del clientelismo electoral de alguno de ellos.

El Estado solo debe intervenir para imponer orden mediante una policía contundente, que impida escraches, protestas, manifestaciones o teatros de títeres en los que salgan muñecos disfrazados de etarras. Para ocuparse en construir buenas carreteras y autovías en las que disfruten los que gocen de coches de alta gama. Para facilitar la creación de universidades privadas donde los hijos de familia que cuenten con ‘posibles’ puedan pagarse carreras largas -con masters en el extranjero - que es lo que más se valora para llegar a ocupar alguno de los escasos puesto de trabajo bien remunerado.

Pues para gozar de un empleo temporal, con un contrato en precario y mal pagado, no es necesario que el Estado gaste sus impuestos en universidades públicas; en las que como mucho solo se obtendrán títulos de graduado con escaso valor en el mercado de trabajo.

¡Los impuestos deben desaparecer¡ Gritan los más conspicuos liberales en sus mítines y columnas. Pretender que paguen más los que más tienen es desincentivar la inversión, la especulación financiera y el natural afán de ganar cada vez más que anima a los más activos y ambiciosos. Los pobres, sin duda, tienen que existir por ley natural; pero deben acostumbrarse a desempeñar trabajos humildes -sin derechos y casi sin retribución- para ir “prosperando poco a poco, con un sano deseo de superación.

Lo más curioso es que estos liberales suelen considerarse como buenos cristianos - incluso como píos numerarios del Opus Dei- olvidando aquel pasaje evangélico en el que los fariseos, pretendiendo descalificar la ideología socialista y populista del mesías, le preguntaron abiertamente si los impuestos debían pagarse o evadirse. Pidió Jesús que le mostrasen un sestercio, y preguntó: ¿Quién aparece en la moneda? ¡El César!, respondieron los fariseos”. Entonces él formuló su famosa teoría tributaria: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.

De todas formas, los fariseos - en todas las sectas y religiones- siguen evadiendo los impuestos y abriendo cuentas opacas en los Bancos de Panamá, Bahamas, Suiza, Andorra o en las islas Seycheles; para no dar tampoco a Dios lo que pueda corresponderle por su trabajo como «creador». Apelando a la aplicación legal de la Reforma Laboral recientemente aprobada.