TEts una suerte que existan los superhéroes. A mí me da seguridad, me tranquiliza. Creo en ellos porque he visto a unos cuantos. Ultimamente aparecen donde uno menos se lo espera: en el parque, en el supermercado, en la consulta del médico o en un curso de reciclaje de la Universidad Popular. Es difícil reconocerlos porque ahora ya no van enfundados en un traje elástico, ni llevan capa, ni lucen un escudo rojo en el pecho. No vuelan, (bueno, a lo mejor sí, pero sólo con la imaginación), no tienen una fuerza sobrehumana, ni practican la telequinesia, imagino que para no levantar sospechas. Son superhombres y supermujeres disfrazados de gente corriente, capaces de pasar inadvertidos y de hacer una vida aparentemente normal.

Pero no, no son gente corriente, tienen poderes extraordinarios: luchan contra el desánimo, nos demuestran cada día que se puede plantar cara a la adversidad y son capaces de combatir el asfixiante clima de derrotismo que amenaza a nuestro planeta.Y para ello usan un arma infalible: el optimismo. Su vista, más desarrollada que la del resto de los humanos, es capaz de vislumbrar una oportunidad donde los demás sólo ven problemas. Y sus brazos están entrenados para capturar y amortiguar todas las fuerzas negativas que intentan desestabilizarnos y lanzarlas después a orbitar en los confines del universo. Pero no seamos inocentes, en una historia en la que hay superhéroes, siempre hay supervillanos.

Personajes oscuros y siniestros dispuestos a cualquier cosa por cargarse todo signo de esperanza y positivismo que se interponga en su camino. Cuidado porque ellos tampoco son reconocibles a simple vista; en el momento menos pensado te atacan con su actitud negativa y con esas frases manidas y esas palabras desgastadas que me niego a reproducir. Su pesimismo provoca los mismos efectos que la kryptonita: es el único material que puede debilitar a los superhéroes de hoy en día y anular todos sus poderes. Por eso, si te cruzas con alguno, cambia de acera. Y, a ser posible, sonríe.