Carmen Heras, la jefa de la oposición en el Ayuntamiento de Cáceres, no levanta el pie del acelerador. Con el potente motor de su exigencia y frialdad matemática, parece dejar en la cuneta, sin combustible y sin repris, a los viejos cacharros de antaño. Tanta presión mete que en el ayuntamiento cacereño cuando no es jueves es viernes judicial, contratos no firmados, papeles sin carpetas, desfases presupuestarios y empujones para volver a una política sin indulgentismo, técnica y exacta.

La excesiva velocidad tiene sus inconvenientes: no se ve el paisaje. Por ejemplo, es difícil admitir que el patriarca Saponi haya caído en el cohecho con el contrato de la limpieza y es fácil aceptar que un hombre que lleva tantos años en el ayuntamiento como el mismo edificio, caiga en lo que caen todos los de su edad: relajación neuronal, en la dispersión de la memoria, en la claudicación de la eficacia. Nadie dudaría que en buena parroquia, donde la liturgia es repetitiva y cíclica y la oposición inexistente, podría mantenerse y conservarse mucho tiempo ejerciendo su bohonomía. De paso, Heras repararía en el paisaje y no quemaría tan rápidamente el motor.