En Cáceres estamos descubriendo la pólvora turística. Está el concejo alborotado porque los turistas enloquecen por subir a la torre de Bujaco, se presenta con trompetas y timbales la brillante idea de establecer una ruta de los templos y otra que recorra las murallas. Se peatonaliza la ciudad monumental y parece que nos adelantamos a los siglos, se humaniza la plaza Mayor y alcanzamos el éxtasis.

Sin embargo, todas esas medidas son viejas, muy viejas. Ideas parecidas llevan funcionando con gran éxito en Salamanca, Cuenca, Granada, Segovia, Santiago o Lugo desde hace muchos años. Y en el caso de la peatonalización del casco viejo, simplemente retomamos lo que el PP rechazó y el PSOE no fue capaz de aplicar el siglo pasado.

En cuestiones turísticas, Cáceres lleva un atraso de varios lustros. La ciudad feliz ha sido regida por los políticos que ella quería, es decir, ha tenido lo que se merecía: regidores que sólo viajan a Punta Umbría o que si visitan otras ciudades, únicamente se fijan en el protocolo y las varietés .

Sólo el alcalde Alfonso Díaz de Bustamante, que por cierto no nos lo merecíamos, sino que nos lo impusieron, fue tocado por el halo mágico de la ciudad monumental. A los demás se les llenaba y se les llena la boca hablando del casco histórico, pero a la hora de la verdad, se suceden los atentados y los adefesios.

CON UCD, PSOE Y PP

No hay más que recordar acontecimientos de los últimos 30 años para reparar en cómo con UCD, con el PSOE y con el PP la preservación de nuestros tesoros urbanísticos fue siempre un tema secundario. Se cargaron la casa de las Chicuelas y pretendieron cepillarse san Antón entero con el Gran Teatro incluido.

Tiraron el convento de san Pedro, eliminaron el histórico empedrado de san Blas, acabaron con las acequias árabes del camino de Fuente Fría, quisieron eliminar el beaterio de san Pablo, no se conservan como debieran los hornos de cal ni los molinos, se pretende hacer un párking en el huerto conventual de santa Clara y a punto estuvieron de desaparecer san Vito y El Refugio.

Por no hablar de las discutibles remodelaciones de la plaza de santa Clara y del palacio de Mayoralgo o de la polémica bandejina de la plaza Mayor. Pero si los políticos deciden destruir es porque los ciudadanos ni se inmutan. Para los habitantes de la ciudad feliz , su casco monumental es algo así como el recibidor de las casas antiguas, donde sólo se entraba cuando pedían la mano de la niña o si llegaba una visita de cierta alcurnia. Los cacereños no pasean por la ciudad vieja a menos que vayan de boda, de banquete, de cicerones, de procesión o a ver a la Virgen.

Es lógico entonces que ni se inmuten con las barrabasadas de los políticos ni con las barbaridades de los particulares que ponen marcos de aluminio blanco en las ventanas de los palacios, aparatos exteriores de aire acondicionado o cables colgando por doquier. Es más, se solidarizan con los vecinos que protestan porque los técnicos son muy estrictos a la hora de rehabilitar.

En la ciudad feliz , las cosas se han hecho al revés: primero llegaron los hoteles de cuatro estrellas y los turistas en masa y después, muchos años después, se peatonaliza, se abren palacios y torres y se establecen rutas. Si no llega a ser por Díaz de Bustamante, la parte antigua sería una Mejostilla con buenas vistas y con las clarisas vendiendo cortaditos de cidra en la Multitienda San Pablo y cilicios en el Todo a Cien Santa Clara .