Tuvo escuela, carnicería, frutería, niños que iban a catequesis, jugaban en la calle y con su bicicleta recogían del aljibe el agua potable que Renfe repartía a diario. Había fiestas en mayo y diciembre y en septiembre sacaban en procesión a San Miguel. La Estación de Arroyo-Malpartida se construyó en 1881 y fue nudo ferroviario fundamental dentro de la línea de Madrid a Lisboa. Llegó a tener casi 2.000 habitantes, pero hoy es el espejo de la España Vaciada.

Tres sacerdotes de tres generaciones explican cómo los servicios religiosos son los únicos que resisten aquí. Uno de ellos es Santiago Núñez y oficia misa desde hace ocho años en la iglesia del poblado, edificio que en su época de mayor esplendor fue un cine propiedad de Benito y María, malpartideños que gestionaban la sala, que a su vez disponía de bar y ambigú. «Aquí llegó a haber dos cines, y esto tenía más vida que Malpartida y Arroyo juntos», relata.

En el año 1961 la ermita primitiva de esta pedanía que hoy depende del Ayuntamiento de Cáceres se había quedado deteriorada. Como era propiedad de Renfe y el clero la elevó a la categoría de parroquia, la diócesis compró el cine y lo dedicó al culto. Entonces adaptaron el inmueble; el escenario donde se proyectaban las películas lo convirtieron en altar, cambiaron el muro del fondo, lo hicieron de piedra y pusieron el suelo.

En abril de 1963, el cura Antonio Puerto bendijo el lugar y el 21 de mayo fue a consagrarlo el obispo de entonces, Manuel Llopis Ivorra. «Cambiamos la espadaña, pusimos las campanas. Los bancos los hicieron en Arroyo y la madera del tejado era del Casar de Cáceres, era muy buena», detalla Puerto.

Las misas tienen acogida

El cura actual subraya que la misa se celebra los domingos y que tiene muy buena acogida, sobre todo en verano, que es cuando más habitantes alberga el barrio. «Vienen hijos de ferroviarios que tienen aquí la casita de sus padres y suelen ir a la eucaristía». Santiago Núñez indica que hace dos años se ejecutaron unas obras porque se estropeó la techumbre y la rehabilitaron. El clérigo ha oficiado varias comuniones: «Entierros no se hacen porque aquí no hay cementerio. Iba a celebrar una boda pero los novios se arrepintieron», confiesa con una carcajada que no puede disimular.

El Ayuntamiento de Cáceres ha arreglado calles, hay un pequeño parque, sin embargo los bloques de Renfe se están deteriorando: «Las cigüeñas los están destrozando», lamenta. La Estación no es ni sombra de lo que fue. Pero la cita religiosa de los domingos es un respiro: «La imagen patrona es la Virgen de la Inmaculada Concepción. La gente cuando entra se sorprende. No es una iglesia al uso, es ancha; entras y ves un rectángulo con unos ventanales altos a los lados; tres escalinatas de piedra para el presbiterio. Al lado, los pabellones de Renfe que se están hundiendo», dice con tristeza.

Ángel Maya, también sacerdote, es hijo nacido en La Estación. «Antes había más vida. Las procesiones salían por la puerta principal, pero hoy no se puede abrir porque peligra el cancel y hay que salir por la puerta lateral». Recuerda que de niño paseaba por la sacristía y tocaba las campanas en el campanario tirando de las cuerdas.

Junto a la Inmaculada, el templo custodia el Corazón de Jesús y San José Obrero con el serrucho, porque el 1 de mayo iban todos los trabajadores del poblado, cada uno con su herramienta, y agradecían al santo los dones del trabajo. También está la talla de San Antonio de Padua. «Don Vicente, que fue el cura que sustituyó a don Antonio, hacía la bendición de los panes», rememora Maya.

Falta gente

«Antes había gente y ahora es lo que más nos falta. Esto tenía vitalidad porque los obreros contaban con sueldo fijo. Había carnicero, frutero, el municipal, el maestro y ahora solo quedan los ferroviarios jubilados. El bar lo han cerrado y abre una barra en agosto, que es cuando se celebran las fiestas porque es el mes del año que más gente hay por aquí», apunta Maya.

Cuando Ángel era un chiquillo, La Estación tenía unos 200 vecinos. La escuela estaba donde ahora está la alcaldía y la sede vecinal. Ya empezaba el declive, que se hizo definitivo después de que cortaran el ramal ferroviario que pasaba por Cáceres, en la línea Madrid-Lisboa. «El último tren que tuvimos fue el Lusitania. Actualmente solo para el Talgo, pero lo hace si hay viajeros. Va a Valencia de Alcántara, para aquí a la una menos cuarto y vuelve a las cuatro de la tarde; tiene muy mal horario. No hay ni trabajadores, está todo automatizado. Es una pena». Maya habla de los años buenos, cuando “la verbena tenía que durar hasta que pasara el Lustiania”. Ese tren ya es historia.

«Tanta gente trabajaba en La Estación que venían con moto y bicicleta desde Cáceres y pueblos cercanos. Cuando Portugal desmanteló las vías y quitó las fronteras, todo acabó y poco podemos hacer», concluye Antonio Puerto, el cura que en los años 60 fue uno de los protagonistas de esta historia en la que ya no se proyectan películas los domingos pero se reza el Padrenuestro.