La imagen que estos días ofrece la ciudad es peor que la de los meses duros de marzo y abril. Y lo es por la desesperanza, porque no se ve solución más allá de las vacunas y por afectar a un sector que ya estaba demasiado tocado. Esa imagen de vacío y de falta de actividad obliga a plantearse otra vez qué futuro le espera a Cáceres. Es un debate que se prolonga ya muchos años sin que nadie haya dado una solución efectiva.

La percepción de que la ciudad se pierde y poco a poco cae en el abandono está ahí y es cada vez más generalizada. Calles desiertas y comercios cerrados son una consecuencia de las medidas para atajar la propagación del coronavirus, pero también son un reflejo del síntoma de una enfermedad que aqueja a Cáceres desde hace demasiado tiempo: población cada vez más envejecida, falta de oportunidades para los más jóvenes, excesiva dependencia laboral del sector público y escasez de nuevas iniciativas que generen nuevos empleos y actividad.

Con la excepción del turismo y del parque tecnológico del campus, poco más ha habido que permita ser optimistas respecto a nuevas ofertas laborales estables. Y no solo vale con caer en el victimismo o en sentirse discriminados, aunque haya motivos, si las soluciones no vienen de dentro, unas soluciones que debe liderar el ayuntamiento por ser la administración más cercana y la que en teoría mejor tiene que conocer los problemas porque es la primera que recibe todas las quejas.

Mucho se ha hablado de modelo de ciudad en plenos que la corporación municipal ha celebrado en la última década, pero no se pasa del discurso a los hechos, al menos los resultados no se están viendo. Y esta tiene que ser la principal tarea del gobierno de Cáceres: Primero frenar la caída libre de la ciudad y segundo marcar el rumbo para cambiar esta situación una vez que en el segundo semestre se pueda empezar a salir de la crisis del coronavirus.

No es una tarea fácil, ni nadie tiene una varita mágica, pero es que no queda otra. En su programa electoral el gobierno socialista prometía una ciudad en color, pero es que cada vez se parece más a un Cáceres en blanco y negro. Lo que ocurre actualmente no es una responsabilidad exclusiva del actual gobierno, al que además le ha tocado lidiar con la crisis del coronavirus, pero es que son los que están ahora y los que deben poner un remedio antes de que esto vaya a peor. Se entiende que ahora el trabajo se centre en atajar los efectos sanitarios, sociales y económicos causados por el coronavirus, pero hay que tener un plan para el día después.

Lo triste es que la única alternativa a corto plazo sea una mina a cielo abierto al pie de la ciudad con el impacto ambiental que esto causaría (más triste e incomprensible aún es que cuando se habla de fábricas no se mencione a Cáceres). Pero es que ahora mismo no hay otras alternativas. Luego están las fotovoltaicas, pero es un empleo temporal, aunque ahora vendrá muy bien; lo que sí tendrán que servir es como modelo para que otros expedientes de promotores que quieran invertir en la ciudad se tramiten con la misma celeridad y efectividad que los de las fotovoltaicas.

De lo que se trata es que esa imagen que da ahora la ciudad sea de verdad algo pasajero y que los cierres sean solo temporales por la pandemia. Pero por el camino que vamos se corre el riesgo de que esos cierres sean definitivos por el peor virus que puede afectar a una empresa: El cese de cualquier actividad porque no haya nadie que la demande.