Felipe Peña , natural de Villagonzalo, decidió marchar un día a Buenos Aires en busca de un futuro próspero. Y vaya si lo consiguió porque allí realizó importantes negocios, abrió potentes empresas comerciales y conoció el amor de la mano de Enriqueta Martínez Luciani , hija del cónsul de Italia en Buenos Aires, de la que se enamoró y con la que contrajo matrimonio.

Felipe y Enriqueta fueron padres de cuatro hijos: Enriqueta , Felipe , María y Sara . Vivían cómodamente en Argentina, pero a Felipe le podía la nostalgia y no tardó en regresar a España, donde pronto dejó chiquitos a los que otrora fueron los señoritos del pueblo: compró fincas y levantó una casa preciosa en la plaza de Villagonzalo, de esas típicas de los indianos, con la que demostró que tuvo suerte al cruzar el charco y que a partir de entonces podría vivir cómodamente, a expensas de su buen capital.

A otro lado de Extremadura, en la localidad cacereña de Cañaveral, residía Miguel Fernández Lancho , casado con Petra Sánchez y padres de tres hijos: Socorro , que murió muy pequeñita, Basilio y Escolástica . Miguel, que en 1907 había sido presidente de la Diputación Provincial de Cáceres, estaba muy bien situado económicamente, de manera que no tuvo dificultades para enviar a su hijo Basilio al colegio jesuita de Villafranca de los Barros. Allí entabló Basilio relación con la familia de los Godoy de Villagonzalo, que lo invitaron a que disfrutara de unas vacaciones junto a ellos en el pueblo. Y fue así como Basilio conoció a María, a la que todos llamaban Maruja, hija de Felipe Peña, el indiano recién regresado de las Américas.

Cuando Basilio y Maruja se casaron pusieron casa en Villagonzalo. Basilio era un terrateniente que se hizo funcionario del Estado y fue jefe comarcal del Servicio Nacional del Trigo, de manera que no tardaron en trasladarse a Cañaveral, donde el matrimonio residía junto a sus hijos: Miguel , que murió poco antes de nacer, Enriqueta , Miguel , Felipe , Pedro y Basilio .

Era muy animada la vida en Cañaveral, el pueblo tenía sus industrias, su estación de trenes... y allí, Felipe (30 de abril de 1931), uno de los hijos de Basilio y de Maruja, cursó sus primeros estudios en la Academia del Perpetuo Socorro, donde don Benito García Díaz , que era el cura, daba clases de Latín. Era Felipe Fernández Peña un joven animoso, que bailaba muy bien y cantaba magníficamente boleros como el "Quizás, quizás, quizás". Era Felipe amigo de Gerardo , Narciso , Mario o Alejandro , todos apellidados Plasencia , o de Lucas , Andrés o Ramón , que todos eran de apellido Boticario .

Pasaba el tiempo y los hijos varones de los Fernández Peña se trasladaron a un piso de Cáceres junto a la tía Sara, que era soltera y les acompañó para garantizar su cuidado. Miguel hizo Magisterio y Pedro y Basilio se convirtieron en agentes de venta. Felipe estudió en El Brocense, donde le dieron clase El Mona , que era de Matemáticas, don Arsenio Gállego , que era el de Latín, o don Casimiro , que impartía clases de Religión.

Acción Católica

Fue entonces cuando Felipe contactó con la juventud de Acción Católica, situada en el Centro Interparroquial de San Jorge, donde en esa época había cientos de jóvenes. Sentía ya Felipe esa llamada especial por la que dicen que el Señor te tiene reservado el sacerdocio, de modo que Felipe se entregó a sus estudios y al trabajo apostólico.

Aunque Basilio, su padre, lo animó para que estudiara Derecho, Felipe hizo Magisterio y no tardó en acudir a unos ejercicios espirituales en Lagunilla, auspiciados por el obispo, monseñor Llopis Ivorra . Tenía entonces Felipe 22 años y le comentó al prelado su ardiente deseo de ingresar en el seminario. Como a Llopis le gustaban las vocaciones tardías, le sugirió a Felipe que esperara un año hasta la inauguración del nuevo seminario que se construía en Cáceres dado que el de Coria presentaba en aquel momento un estado casi ruinoso. Pero Felipe respondió: "No, señor obispo, me voy al de Coria y si aguanto allí quedará probada mi vocación".

Felipe, acostumbrado a una vida cómoda, lo pasó mal en aquel viejo y destrozado seminario, donde no había agua corriente ni comidas especiales. Pero sí, aguantó Felipe y a partir de ahí fue todo coser y cantar. Al año siguiente ingresó en el recién estrenado seminario cacereño, rectorado por José Martínez Valero , donde daban clases Antonio Conde , Daniel Rubio , Pedro Moreno o Celso Bañeza , y donde Felipe tuvo como compañeros a José Luis Caldera , Vicente Bolinche , Serafín Iglesias , Miguel Jiménez o Juan García .

Felipe estudiaba Filosofía, Teología mientras su atracción por el apostolado de Acción Católica iba a más. En esa época fundó incluso un centro de Acción Católica en Cañaveral y una academia en el seminario, iniciativas que fueron del gusto del obispo. Consciente Llopis de la ilusión que Felipe había puesto en el apostolado de seglares lo envió a Madrid a un curso de la Conferencia Episcopal.

En 1960 llegó al fin su ansiada ordenación como sacerdote. Esperaba Felipe iniciar su carrera sacerdotal en algún pueblito de la provincia, pero cual fue su sorpresa que el obispo guardaba para él otros planes: coadjutor de la iglesia de San José, capellán de San Antonio de San José, consiliario de las Juventudes de Acción Católica y viceconsiliario de la junta diocesana de Acción Católica.

Seguía Felipe atraído por el apostolado social, de tal manera que en verano hizo un curso en el León XIII de Madrid y comenzó a colaborar estrechamente con las Hermandades del Trabajo, un movimiento apostólico social de implantación internacional fundado por el extremeño Abundio García . Fue la época en la que se hicieron varias hermandades en Cáceres: la hermandad del INP, la de Telefónica, la de Renfe, la de Profesiones Varias... Tal auge tomaron que el obispo facilitó la apertura de un local en los altos del cine Coliseum, un edificio propiedad del Obispado que había sido levantado por mediación del propio Llopis Ivorra.

Pero Felipe seguía pensando en los más jóvenes y no tardó en fundar el Club Juventud de Hermandades del Trabajo, que llegó a tener 500 socios. Eran los años en los que la juventud no contaba en Cáceres con locales apropiados para su tiempo de ocio, de manera que aquel club les vino como anillo al dedo: disponía de bar, de televisión, allí se celebraban bailes, teatros, charlas y se organizaban excursiones. Fue tal el boom que tomó aquel club, que estuvo funcionando durante 15 años, que de él salieron más de 60 matrimonios, todos ellos oficiados por Felipe Fernández Peña.

Hermandades

Tuvo ciertamente mucho auge el club hasta que con el cambio de régimen y la irrupción de los partidos políticos y los sindicatos en nuestro país, el movimiento apostólico social se fue deshaciendo. La juventud cambió de hábitos y Felipe vio que había cumplido un ciclo. Se había hecho ya profesor del Brocense y de la escuela de ATS para chicos que dependía de la diputación, donde dio clases de Religión y Moral durante 12 años. Fundó igualmente en Cáceres la Escuela Apostólica Pax Christi para mujeres solteras y fue nombrado capellán de las Hermanitas de los Pobres, donde lleva 48 años.

Creador de la Delegación Diocesana de Hermandades y Cofradías de Cáceres, de la que fue delegado episcopal hasta septiembre del año 2012, Felipe Fernández Peña continúa teniendo la misma ilusión, las inquietudes y el mismo espíritu de ese chaval nacido en Cañaveral al que le gustaba bailar y cantar con sus amigos el 'Quizás, quizás, quizás' en los guateques. Felipe, a quien la vocación sacerdotal llamó sin dobleces. Felipe, hijo de Basilio y de María, y nieto de ese otro Felipe, aquél que un día se fue a hacer las Américas y regresó a Extremadura convertido en el indiano de Buenos Aires más respetado de todo Villagonzalo.