De coles y buches

Dicen los entendidos que uno de los mejores buches, sea por la tradición, por los ingredientes o por el mimo que se pone al cocinarlo, es el que proviene de Arroyo. No sé qué pensará usted, pero yo que he tenido la suerte de probar cada año el que hace mi amigo Julio en su casa, puedo asegurarle que es un buche de primera sin perjuicio de otros que se cocinen en otros lugares y puedan tener parecida calidad. Bien es cierto que se lo trabaja con esmero y que desde dos días antes se mete en la cocina, con ayudantes competentes eso sí, y limpia y cuece y aparta la grasa para que no suframos tanto en la digestión posterior. ¡Cosas de la edad, ya se sabe! Excuso decirle que ese trabajo, unido al cuidado en la elección de los ingredientes y al buen apetito con el que afrontamos el trance, ofrece un resultado estimable. También es verdad que es una jornada en la que el personal está tan predispuesto a pasarlo bien que hace el esfuerzo de dejar los problemas colgados en el perchero de casa y dar lo mejor de sí mismo. Aunque bien mirado, a mí me daría igual que en vez de buche fuera otra cosa porque, se lo confieso, más que el propio guiso, que no deja de tener su importancia, lo fundamental es que se trata de un día señalado para todos los que acudimos a esa cita. ¿Imagina mejor manera de pasar una buena sobremesa de viernes que sentado a una mesa delante de un buche y rodeado de amigos? ¿No le parece una estupenda forma de comenzar el fin de semana? Seguro que ahora mismo, se le están ocurriendo otras posibilidades, pero estará conmigo en que la que le propongo no está nada mal. ¿Y sabe lo mejor? ¡Que toca mañana! Si gusta-