Una de las costumbres navideñas que todavía conserva su nombre en castellano es la de ir a comer-cenar con los compañeros de trabajo. Supongo que pronto buscarán el equivalente en inglés así que, aprovechemos que aún podemos pronunciarlo. De todas maneras, si tiene usted la ¿suerte? de trabajar con una o más personas, ya sabrá a estas alturas el lugar de celebración elegido. Eso sí, antes de llegar a la decisión final, habrá pasado por todas las etapas imaginables en estos casos. La primera decisión importante versará sobre la conveniencia de la hora, esto es, a mediodía o por la noche. Y como este no es un asunto baladí, se aportarán argumentos sesudos relativos a las digestiones nocturnas, la ropa adecuada y otras cuestiones mayores. Una vez solventado este problema, la elección del restaurante y del menú será el siguiente escollo, de tal suerte que una vez elegidos, -no antes o durante, por supuesto-, alguien dejará caer que conocía un sitio mejor, que no le gusta el postre o cualquier otra lindeza parecida, con el único propósito -se dirá- de colaborar, que no se trata de llamar la atención, ¿eh? A continuación, una vez pasado el doloroso trámite anterior, llegan las carreras para sentarse en el lugar adecuado y vigilar con todo el mimo posible los ocupantes de las sillas colindantes. Esta operación, en puridad grosera y maleducada, es decididamente necesaria para evitar que la comida se te haga eterna o no, y para que la copa de champán no te siente peor de lo que lo hace habitualmente. En todo caso, si has tenido suerte y te ha tocado buen vecindario, apurarás el momento de levantarte de la mesa porque afuera hace frío, es de noche y, además, comienza el inefable episodio de la búsqueda del local para tomar copas. Este episodio, que suele prolongarse a la intemperie durante bastante tiempo, es un ejemplo de discusión asamblearia argumentada, de tal forma que casi siempre ganan los que deben y los que saben. No obstante, al llegar al lugar negociado y observar el poco ambiente, alguien afirmará: “ya os lo decía”, y propondrá otro sitio no muy cercano con el consiguiente cambalache de recogida de abrigos, bebidas a medias y más frío nocturno. Total, para cuando se llega a un lugar con ambiente o algo parecido, la mitad del personal ya se ha perdido por el camino y la otra mitad está aterido y cansado. Y, sin embargo, yo me apunto año tras año y, por lo que recuerdo, a veces hasta me divierto. ¿Y usted?