Siguiendo por la carretera de Badajoz, tras el cambio de rasante inmediato al kilómetro 10, nos encontramos con un sueño casi imposible, un delirio estético obra de la sensibilidad de uno de los últimos grandes señores que vivió en esta ciudad. Si Baviera tuvo a Luis II, Cáceres tuvo al conde de Canilleros. Miguel Muñoz de San Pedro e Higuero, a quien tanto debe Extremadura, siguiendo los modelos historicistas de la época, decidió, en plena década de los 20 del anterior siglo, convertir una casa fuerte en un castillo, y lo consiguió, diseñando él mismo la obra.

Las fotos que se conservan de la antigua construcción nos muestran una casa fuerte similar a Santiago de Bencáliz o a Mayoralguillo, con su monumental torre (que es la que se conserva) y una amplia y solariega casa. Según la tradición fue levantada por el legendario nieto de Alfonso IX, Gil Alfón, progenitor de los Mogollón, los Gil y los Ovando y fue asediada por Alvar Gon§alves Pereira, el prior de Crato, padre del santo condestable. Sin embargo el primer documento que se posee es uno de Fernando IV que manda dar estas tierras en adehesamiento a Blasco Muñoz.

De la torre tenemos testimonio a través de una Real Provisión de 1480 en la que los Reyes Católicos mandan detener las obras que aquí hacía Hernando de Ovando (no el hijo del capitán, sino su sobrino) a petición del mariscal de Torres, propietario, como vimos de la Carretona, en virtud de la Ordenanza de Pacificación.

De este Hernando de Ovando pasó a su hijo Pedro, el que se fue a Indias con Frey Nicolás, y que fundó el mayorazgo de Ovando Pereiro y cuyas casas estaban, como sabemos, en la calle Olmos. Con María de Ovando Saavedra la propiedad pasa a los Mayoralgo por su matrimonio con José de Mayoralgo Enríquez y sus descendientes, los condes de la Torre de Mayoralgo, la venderían en el siglo XIX a los Higuero de Chaves. Con el matrimonio de Beatriz Higuero Cotrina con García Muñoz y Torres-Cabrera, conde de Canilleros, volvió la propiedad a los descendientes de sus fundadores.

De casa fuerte a castillo

Como dije, en 1929, el hijo de ambos, Miguel Muñoz de San Pedro, decide convertir la casa fuerte en castillo y le da su actual aspecto, lo que le valió ganar la medalla de Plata de los Amigos de los Castillos. Actualmente es propiedad de su hija Blanca, vizcondesa de Torre-Hidalgo. Al exterior resalta la antigua torre, poderosa, desafiante, contemporánea en el tiempo con la torre de las Cigüeñas, no haciendo descartable que salieran las dos de la misma mano, debido a la similitud de algunos de sus elementos. Posee todavía las ménsulas, restos del antiguo matacán. La portada principal es de medio punto adovelada, enmarcada por escudos de Saavedra, Ovando, Durán, Carvajal y Martínez. Dos escudos antiquísimos, de Torres y Sánchez Paredes, se sitúan en el cuerpo superior.

Por el resto de la construcción se reparten armerías de Durán, Rocha, Torres, Toro, Carvajal, Pizarro y otras cuantas familias. Los blasones son antiguos y de acarreo, pero el conde de Canilleros se cuidó, muy mucho, de que todos pertenecieran a entronques familiares relacionados con la casa. El escudo más espectacular se encuentra en el interior, una antiquísima armería de Mogollón con una labra medieval, robusta e ingenua, que lo hace único y delicioso.

En el exterior priman los volúmenes cúbicos y elementos historicistas como las saeteras, aspilleras, canecillos, troneras, garitas, torrecillas y torres, así como ventanas geminadas y trigeminadas, y el conjunto se culmina con merlones que almenan toda la construcción, pero todo dispuesto con acertado buen gusto, en tal modo que no se pretende engañar al espectador, lo antiguo conserva su sabor y lo moderno sigue pautas diferentes. Así, la antigua portada, orientada al norte, guarda unos cánones constructivos diversos que no fueron alterados por la reforma.

En el interior, destaca la escalera noble, de nuevo cuño, de notabilísimas dimensiones, las chimeneas de los dos salones principales y los frescos de la capilla palatina, atribuidos a Juan de Ribera. Todo el castillo se rodea por una barbacana, con sus garitas y merlones y arco de triunfo blasonado en la entrada. Una parte del castillo se utiliza para turismo rural.

El jardín es una de mis zonas preferidas, si no la más, entre otras cosas porque quien esto escribe ha echado más de una mano en él. José Miguel Carrillo de Albornoz (más que mi amigo, mi hermano) ha sido capaz de crear un verdadero jardín botánico en plena Extremadura, con delicadas especies y exquisito gusto.

Las Seguras son, para mí, un paraíso cercano, un mundo de afecto y amistad, rodeado de personas sensibles, verdaderos señores que perpetúan las tradiciones y conservan, con naturalidad y elegancia, lo que recibieron. Aquí vengo, muchas veces, a olvidarme del mundo, y me siento como en casa, y disfruto viendo, desde la atalaya de la torre del homenaje, el ocaso en los campos eternos de Extremadura.