Además de la herida sangrante del desempleo, uno de los efectos bien visibles de la crisis es la disminución del consumo. Muchas familias reducen su gastos en aspectos de la vida que antes nadie cuestionaba. Hace poco algunos medios han dicho que se ha producido una disminución notable en los gastos de alimentación durante el último año.

Los economistas dicen que sin consumo no hay demanda, sin demanda no hay venta, sin venta no hay producción y sin producción no hay ingresos. Es como un círculo vicioso más difícil de romper cuando seguimos anclados en una cultura del "tener" y del "consumismo", a la cual la crisis le está dando fuertes mazazos. El mismo sistema neoliberal que se alimenta del consumismo y nos empujaba a comprar sin medida ahora trunca buena parte de las expectativas de gasto familiar

Para vivir con normalidad es necesario un cierto nivel de consumo, pero conviene desarrollar un sentido crítico sobre nuestro propio comportamiento. Erich Fromm decía que en la sociedad de consumo "lo superfluo se torna conveniente, lo conveniente se hace necesario y lo necesario se convierte en indispensable". Es decir, podemos hacernos esclavos de aquellas necesidades que nosotros mismos nos hemos creado. Otras veces es el marketing y la publicidad lo que nos induce a pensar que detrás de cada producto se asoma la anhelada felicidad.

A veces llegamos a creer que nuestra propia identidad personal está más a salvo en la medida en que acumulamos más y más hasta poner en la cima de la escala de valores los económicos, reduciendo el valor de las cosas más excelsas a su puro precio. De la sociedad de consumo todos en cierta manera somos responsables, pero en los tiempos actuales debemos analizarla con sentido crítico y apuntar hacia un modo de vida diferente, donde entre la actuación y las relaciones gratuitas y se valore todo aquello que, como la persona y el amor, no tiene utilidad económica sino valor que perdura; no tiene precio, sino dignidad.