Calle Ancha. ¿Cómo serían las estrechas? Es lo primero que viene a la mente, además del mote clásico, ad augusta, per angusta . Vía principal romana que partía de la Puerta de Mérida, rincón fetiche en mi Cáceres del alma, cuesta que desemboca en la superior plaza, recuerdos, muchos recuerdos, tantos recuerdos... En la esquina frente a la Casa de los Sánchez Paredes la casa donde vivió Alfonso Díaz de Bustamante, en ese estilo suyo propio, o de González Valcárcel, que tanto da, que da lo mismo.

Nada más entrar en la Calle Ancha algo llama la atención con insistencia, una torre espléndida, enorme, altísima, generosamente tapizada de blasones --enmarcados algunos por alfiz-- antigua sin camuflar su edad por reformas posteriores, que añadieron algún que otro detalle como la rejería esquinada. La higuera que crece en ella no es la única de la ciudad vieja, llevada allí en alguna deposición de chovas o grajas o cornejas que anidan en las oquedades de la piedra. Basamento de sillarejo y aparato superior de mampostería. Queda, sobre ella, alguna saetera en forma de orbe coronado de cruz. Remates en pináculos y balaustres para una orgullosa mole cercenada por ya sabemos quién.

El posible alminar

Torre del Comendador, del Comendador de Alcuéscar, por supuesto, en la Orden de Santiago, como se encarga de recordarnos el esgrafiado situado sobre la neorománica portada de la Enoteca. Torre guardiana del Palacio de los Marqueses de Torreorgaz, torre que algunos identifican con la que debió ser alminar de la mezquita, aunque otros la sitúan en la Torre de Sande. No sé a cuál de las dos tengo mayor aprecio, porque ambas tienen algo íntimo y misterioso que las une, pero eso, lo sabemos la Lirio y yo. Torre fuerte, que imprime carácter, que da seguridad, que quita los miedos, que arranca el coraje. Custodia de una raza antigua, solar primitivo de los Herrera, una de cuya raza, Inés González, casó con el Señor de Castilnovo y fue el origen de los primeros Ulloas en nuestra ciudad. Sus descendientes fueron Señores de Torreorgaz y más tarde Marqueses de la misma denominación desde que, en 1699, Carlos II lo creara para Antonio de Aponte, marido de María de Ulloa Córdoba.

La fachada se reformó en profundidad en el siglo XVIII, creando un gran aparato neoclásico, con portada adintelada, escoltada por las armas de Ulloa y Carvajal. Ovas, triglifos, metopas vegetales, gran balcón, frontón partido que todo remata con las grandes armas de los Aponte, Ulloa, Córdoba, Carvajal y Zúñiga (todo ello coronado), conforman este despliegue de esplendor clasicista. Como es Parador de Turismo se puede entrar y visitar tranquilamente, la amplia escalera del zaguán, el patio ameno, con colores todos ellos muy apropiados y que nos pueden dar una idea de lo que era el cromatismo del barrio antiguo en otras épocas. Un segundo patio interior, más robusto que el primero, se encuentra tras la cafetería de noble artesonado. Aquí y allá la mano exquisita de Miguel Sansón se hace notar en forjas y algún que otro detalle.

El parador también incluye la Casa de Ovando Perero que, en su día visitamos. Fue Palacio éste de los Marqueses de Torreorgaz, como dije, y perteneció al omnipresente y riquísimo García de Arce y Aponte, Marqués del Reyno, no en vano su madre, Mercedes de Aponte y Ortega Montañés, era la VIII titular. Este palacio junto con los bienes procedentes de su madre (como el ya dicho Palacio de Adanero) pasaron a sus parientes los Marqueses de Castro Serna (que eran Ulloa y Ortega-Montañés) y de éstos a los Condes de Campo Giro.

Los Ulloa

Los Ulloa fueron una de las más prolíficas familias de Cáceres, ya los hemos visto y los seguiremos viendo a lo largo de muchos paseos. Raza rica en historia bélica, basta nombrar al hijo de los fundadores cacereños de la casta, Diego García de Ulloa, que combatió en la batalla de Aljubarrota, la que instauró en el trono luso a la Dinastía de Avís en la persona de Juan I, en detrimento de Juan I de Castilla. De allí saldría el Monasterio de Batalha, sagrario de la independencia y de la Casa Real Portuguesa.

Con algo de saudade en el alma, tras recordar mi otra patria, Portugal, entro dispuesto a pasar un larguísimo rato en la cafetería del Parador. No lo dudo, voy a mi lugar preferido, el último sofá antes de la escalera de bajada al comedor. Una larga conversación me espera y, mientras brotan las palabras, el fondo de tristeza de los ojos se va borrando, la sonrisa se vuelve cada vez más amplia y las palabras se miden menos. Bajo la soberbia Torre del Comendador se van las saudades, las melancolías, los miedos, se los lleva al exterior el viento frío que recorre la ciudad alta, y se los lleva lejos, muy lejos, a un lugar donde nadie puede verlos. De repente, una salmodia (Turris Davídica, Turris Ebúrnea, Domus Aurea...) sirve de anuncio a una nueva vida.