El profeta Isaías -700 a.C.- advertía sobre el peligro de la acumulación injusta de riquezas: "¡Qué mal os va a ir! Compráis casas y más casas, campos y más campos, y no dejáis lugar para nadie más. Os creéis los únicos dueños del país". Esa acumulación es una de las causas de la pobreza en el mundo.

Hoy, están saliendo a la luz una gran cantidad de casos de corrupción en nuestro país. Inmensas riquezas atesoradas fruto del fraude y el robo. Sin ser algo novedoso, nos alegramos cuando se atrapa a un estafador. Nos escandalizamos también cuando oímos la cifra de los millones ocultos en paraísos fiscales, sobre todo cuando parte de ellos son resultado de la evasión de impuestos. Inmediatamente pensamos en los tratamientos sanitarios que no se han podido llevar a cabo, las infraestucturas que se dejaron de construir o arreglar o las rentas básicas que no se están pagando por falta de recursos.

No les falta razón a quienes piensan que, además de las condenas que resulten del proceso judicial contra quienes han defraudado tantos millones, también deberían continuar en la cárcel, ya que no han tenido compasión de sus hermanos, "hasta que devuelvan lo que deben" (cfr. Mt 18,33-34). Colaborar a la caja común debe ser tarea de todos. No podemos olvidar que la corrupción está metida hasta la médula en nuestra pícara cultura española. Aunque a menor escala, tampoco el resto debemos caer en la tentación de escaquearnos. ¡Cuántas veces hemos dicho al albañil, al carpintero o al fontanero: "a mí me lo cobras sin IVA"!

De la corrupción, en este Año de la Misericordia, el Papa Francisco dice que es una "llaga putrefacta de la sociedad", "un mal que anida en los gestos cotidianos" y que "para erradicarla de la vida personal y social son necesarias prudencia, vigilancia, lealtad y transparencia, unidas al coraje de la denuncia".