La reciente noticia sobre la instalación de El Corte Inglés en nuestra ciudad me ha traído a la memoria lo que me sucedió el día en el que entré por vez primera en una gran superficie comercial. Tenía unos 16 años y fui a Madrid a no sé qué.

Entonces la gran superficie más famosa que había en nuestro país era la de Galerías Preciados.

Recorrí todas sus plantas fascinado, pues al fin y al cabo procedía de un ambiente pueblerino y de comercio tradicional como era el Cáceres de aquella época y, la verdad, pasar de El Requeté a Galerías Preciados era muy fuerte.

Estando en una planta con poca concurrencia, pues debían ser horas tempranas, divisé al final de un largo pasillo a una jovencita de esas que solamente se veían en las películas.

Quedé tan encantado que no la perdía de vista. De repente la diosa se puso en camino y avanzaba hacia mi primorosamente vestida y pintada desprendiendo una sensualidad que me era desconocida.

Se movía al son de una música sugerente y cada paso que daba producía un sobresalto en mi corazón que amenazaba con salir de su caja y ponerse a andar tras ella.

La chica avanzaba hacia mi y yo no avanzaba hacia ningún sitio para poder esconderme, que era lo que me parecía más razonable en aquellos momentos.

En tan escasos minutos me hice miles de preguntas, comenzando por si eso sería normal en Madrid y terminando por qué se esperaba de mi. Llegó casi a rozarme y de pronto hizo un giro de 180 grados y prosiguió su paseo.

En aquellos instantes escuché por unos altavoces, entonces no se llamaba megafonía "En la planta cuarta (en la que yo estaba) estamos celebrando un desfile de modelos".

No sé si fue más grande mi alivio que el sentido del ridículo que me atenazó.

Pero es que El Requeté o en Correa no había pases de modelos.

Bueno, ni en el Paraíso, que parecía más moderno.