Cuando yo era pequeño, si saludábamos a algún adulto diciéndole sólo "buenos días", nos contestaba: "nos dé Dios", porque se suponía que era la expresión correcta. Y para despedirse lo normal era decir "adiós" o, de forma más refinada, "vaya usted con Dios" o "ve con Dios".

Todavía era más piadoso el modo de llamar en las casas, antes de que se inventaran los timbres. Nos asomábamos al zaguán, mientras decíamos en alta voz "Ave María Purísima" y, desde el interior, alguien contestaba: "Sin pecado concebida". Esto era señal de "buena educación" y manifestaba el buen talante de quien venía, aunque fuera desconocido.

En lo que se ha denominado "sociedad de cristiandad", lo religioso pertenecía a la atmósfera cultural y estaba presente incluso en la forma de saludarnos y de despedirnos. Hoy, en muchos ambientes, estas formas de expresarnos se ven como algo trasnochado o propias de gente "beata". También en estos detalles se manifiesta lo que venimos llamando "secularización de la sociedad", que lleva consigo reducir la dimensión religiosa a sólo ciertos momentos y aspectos de la vida personal, mientras que la mayor parte de la vida cotidiana es organizada como si Dios no existiera.

Han ido apareciendo nuevas fórmulas y expresiones para el saludo y la despedida. Pensemos en el simple y aséptico "hola", importado del inglés ("hello" o "hi") o cuando nos despedimos diciendo "hasta luego" incluso cuando sabemos que por mucho tiempo no nos volveremos a encontrar. Ultimamente se escucha mucho "que tengas buen día", tal vez porque, con la que está cayendo, nos parece suficiente desear solo un día bueno porque pedir más sería demasiado.

En fin, yo me quedo con lo que me dijo no hace mucho tiempo una desconocida cajera en el supermercado: "que tengas una buena semana, cariño. Ya sabes dónde estamos". Claro, por supuesto, a la semana siguiente volví.