Era inimaginable que la amenaza de una enfermedad ocupara gran parte de nuestro pensamiento. Pero ha sucedido. Y lo ha hecho a través del coronavirus, la pandemia que ha logrado cambiar nuestra psicología. Todo comenzó cuando Marina González, técnica de Igualdad y Educación para la Ciudadanía Global de la Asociación Soguiba, repasó cuestiones personales en una de sus noches de insomnio durante el confinamiento. Con el encierro, tocó resolver las cosas que estaban sin resolver.

A la mañana siguiente, Marina telefoneó a su amiga, la psicóloga Marta Carballo, y le planteó la posibilidad de realizar un proyecto en el que los ciudadanos, a modo de terapia, contaran qué supone para ellos el azote del covid. Enseguida se sumaron a la iniciativa la antropóloga Sandra Fernández y la educadora social Lorena Andrés. Las cuatro iniciaron primero un proceso participativo en el que compartieron sus emociones en esos meses en los que la administración estaba congelada. Cuando los plazos se abrieron probaron suerte en la Diputación de Cáceres y el área de Igualdad les dio el visto bueno a lo que ellas llaman ‘Empoderamiento y resiliencia en tiempos de pandemia en el entorno rural’.

Hace dos semanas comenzaron su trabajo a través de la Asociación Incydes en La Moheda de Gata y la pasada lo hicieron, de la mano de Soguiba, en Arroyo de la Luz, una de las poblaciones de la provincia más castigadas por el bicho.

Durante ocho sesiones de 17.00 a 19.30 los vecinos contarán sus experiencias a través de la palabra, las artes, el movimiento o la fotografía. «Se trata de un ejercicio de poder contar, porque el hecho de comunicarlo nos empodera y nos hace sobrellevar las situaciones traumáticas. Narrando afrontamos los momentos duros, nos ponemos en contacto con el grupo y habitamos nuestro cuerpo. Esta situación nos ha dado miedo, ha habido enfados, tristezas y pérdidas, de modo que lo que ponemos en práctica es un recorrido por las emociones», explica Marta Carballo.

«Cuando nos topamos con el dolor hay que soltar y agradecer. Eso lo hacemos mediante un proyecto colectivo», añade. El otro día en La Moheda, durante una de las sesiones, las mujeres que acudieron a la cita confesaron su necesidad de desconectar, realizar cosas diferentes, poder expresar sus opiniones en un foro para poder hacer valer su voz».

Vivir en automático

El confinamiento arrastra situaciones diferentes. Aunque Marta Carballo lo superó en condiciones bastante buenas, le tocó pararse y le sirvió «para soltar un montón de exigencias que me han hecho sufrir mucho. Ahora me pego más a la realidad. Puedo morir, mis padres pueden morir y por eso hay que vivir más el presente. Cuando me doy cuenta de que soy vulnerable, mis ideas y mis exigencias se caen; por eso debo vivir más cerca de mí y cerca de la gente que quiero».

Hasta la consulta acuden actualmente más que nunca los pacientes. Personas que el covid ha revuelto. «Ahora no podemos vivir en automático; nos vemos obligados a parar y mirarnos». Y todo eso en mitad de una oleada de preguntas, de situaciones nuevas, vividas en muchas ocasiones con gran angustia, conflictos interpersonales, conflictos de pareja, conflictos con los hijos...

Los cacereños, como el resto, se han visto desorientados. «Antes tenían cierta seguridad y ya no existe», suscribe Marta. «De pronto se sienten angustiados con las personas con las que conviven y no tienen más remedio que convivir».

Luego está el miedo al contagio, a la muerte, a la enfermedad, a sufrir, el terror a salir a la calle, todo lo que conlleva restringir la vida social. «La gestión de ese miedo es muy particular», sostiene la psicóloga, y más en este contexto de datos contradictorios y de incertidumbre, que siempre se hace complicado manejar.

El coronavirus genera encuentros y desencuentros y para afrontarlo existen recetas. La primera de ellas es aprender a manejar el miedo. Y de ello dependen mucho las emociones. «A veces ese miedo es irracional y ante él nos rendimos». Frente a esto, la solución es el amor, «compartir que no somos los únicos que sentimos miedo». Es útil, en este sentido, dar un espacio a nuestro corazón para respirar. «El miedo siempre nos lleva a huir. Pienso que me puedo morir, pero no me he muerto. Entonces surge una capacidad para cuidarme y no dejarme llevar por la fantasía de lo terrible».

A juicio de Marta, «el amor es sentirse más cerca de sí mismo y cuidarse. El miedo es lo contrario, es estar huyendo, corriendo. De manera que el antídoto no es otro sino parar, cuidarme y compartir con los demás».

De algún modo, aceptando nuestra vulnerabilidad nos podemos sentir más fuertes. «Acogiendo al miedo tengo más recursos porque estoy más cerca de la realidad, (o porque estoy más en contacto con ella», establece Marta, ilusionada como sus otras tres colegas en este ejercicio intergeneracional en el que participan desde adolescentes hasta personas mayores.

Se trata pues de un proyecto de intervención psicosocial en forma de taller con el que pretenden hacer un diagnóstico para poder ampliarlo en el futuro con el apoyo de la Asociación Extremeña de Cooperación, ya sea en número de sesiones o llegando a más poblaciones. El objetivo: saber qué le ha pasado a la gente con una pandemia que ha tocado nuestro corazón y ha cambiado nuestra mente de forma definitiva.