Las actuales tendencias de la economía a nivel mundial -según suelen explicarlas los expertos en sus artículos periodísticos o en sus textos universitarios- tienen que ser muy atractivas y pegajosas: como las telas de araña. Tejidas desde variados anclajes políticos o financieros -oscuros y discretos- que sirvan de puntos de apoyo, de garantía o de eslabones interpuestos, para facilitar la ocultación de resultados ante el afán recaudatorio de cada país.

Es decir, empalmar cada una de sus hebras en países de moralidad distraída o en paraísos fiscales; con una clara orientación elitista; para encandilar visualmente a los pobres operarios que tiran de los carros y carretas de la producción, de la distribución y del consumo masivo de bienes; para que sigan arrastrando todo el sistema por unos miserables salarios, que les permitan apenas vivir.

Los bienes económicos o los servicios públicos, en esta nueva economía globalizada, han de ser copiosos, baratos, efímeros y deleznables. Pues no deberán durar demasiado en el mercado especulativo de los deseos humanos. Permitiendo siempre una ligera inflación de precios, que vaya rebajando el valor de las monedas, el de los salarios, el de las pensiones y el de las ayudas sociales; lo que facilitará el crecimiento de los rendimientos del capital en manos de banqueros, especuladores y emprendedores; que son los que -como las largas patas de la araña - van tejiendo la “tela” en la que irán quedando adheridos los “insectos”: obreros, familias, jubilados, etc. que les sirven de pitanza.

Todo el viejo esquema conceptual de la economía clásica; aquel que nos instruía sobre los métodos a seguir en la producción de bienes por el trabajo; en la distribución justa de estos bienes, y en el consumo equitativo e igualitario; ha quedado desvirtuado por otra serie de conceptos que nos hablan de «flujos de información» -lo que ahora se llaman pos-verdad-; de sistemas publicitarios; de fondos de inversión para operaciones financieras y de monopolios sobre los mercados internacionales, para dominarlos y manipularlos.

Desde las primeras ( décadas del siglo XXI -o del III Milenio, si preferimos referencias más sonoras- en que las conexiones de Internet se desarrollaron por la totalidad del planeta Tierra, nacieron unas nuevas empresas digitales -deben llamarse así porque se manejan con un solo dedo- que funcionan sobre pantallas de ordenadores personales, sobre tablets, sobre teléfonos móviles o sobre otros artilugios, designados siempre con extraños nombres en inglés, que ya han sustituido a las antiguas empresas industriales y agrícolas, y a las viejas compañías de servicios que nos atendían y amparaban ante nuestras necesidades de consumidores impenitentes. Son, diríamos, más atractivas y pegajosas para los consumidores.

Hoy, las empresas que dominan los mercados alimenticios, textiles, tecnológicos, que acumulan inmensos beneficios y que dominan en los parquets de las Bolsas de Valores han sido creadas por una pequeña legión de emprendedores, ingenieros informáticos -los milmillonarios- que han machacado los conceptos económicos ya obsoletos, para construir un nuevo espacio virtual dominado por ordenadores y robots; que serán pronto los actores de la vida productiva y laboral. El ancestral mandato bíblico: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente», ya no tiene significado alguno.

La clase obrera que aspiraba liderar Karl Marx está a punto de volatilizarse. Con lo que la idea de “revolución social” pertenece al elenco de las lenguas muertas

¡Las arañas, finalmente, nos han atrapado en sus telas pegajosas!.