Se acaba la Navidad como empezó: con una muerte fatal. La ciudad feliz se siente rara, está conmocionada. La muerte de una mujer, atropellada tras festejar la llegada de la Navidad, y la de un joven, asesinado cuando festejaba la noche de Reyes, han quebrado un velo sutil de tranquilidad que envolvía Cáceres. El comentario en las peluquerías, los supermercados y los autobuses urbanos se resume en una frase: Están pasando cosas que no pasaban".

La ciudad feliz , donde es noticia que un gamberro robe un macizo de flores en un parque, parece pagar un tributo al crecimiento: las portadas de los periódicos ya se parecen a las de Gijón o Málaga.

Madres intranquilas

Las ciudades tranquilas y felices son aquellas donde las madres se acuestan relajadas porque saben que sus hijos no corren peligro cuando salen de noche. Desde esta Navidad, las madres cacereñas duermen con un ojo puesto en el despertador y no suspiran aliviadas hasta que no escuchan la llave avisando de que sus hijos ya están en casa.

Las muertes que han abierto y cerrado las fiestas tienen el crespón negro de lo cotidiano, de lo normal: todos los cacereños han cruzado alguna madrugada de Galerías Madrid a Caja Duero y todos los cacereños han pasado una noche de alegría en La Madrila. Las dos desgracias están marcadas por un pensamiento inquietante: "Me pudo haber pasado a mí o a mis seres más queridos".

Hasta ahora, la violencia parecía relacionarse con lo marginal: sucedía en barrios periféricos y la padecían personajes sospechosos. Esta vez, no, esta vez lo terrible ha estallado a un paso de casa, en la zona más respetable, y ha afectado a cacereños como tú y como yo . La ciudad feliz ha sufrido un impacto brutal: no estaba preparada para un shock tan cruel y súbito.

Sin embargo, hay que relativizar las cosas y situar la desgracia en su justo término. Estas dos muertes crueles, que han encogido el alma de los cacereños, no han sido fruto del crimen organizado colombiano (como llegó a rumorearse) ni de pandilleros destroyer que organizan carreras de coches, sino dos puñaladas aisladas en una tranquila ciudad de provincias.

Aunque algunas cadenas de televisión, aprovechando el reportaje exagerado y amarillo sobre Aldea Moret y el revuelo de los incidentes de la movida del otoño de 2003, hayan señalado Cáceres como una de las más violentas ciudades de España, lo cierto es que los índices de delincuencia son los que son: muy bajos, los más bajos entre las capitales de Extremadura.

La muerte ha lanzado sus saetas de dolor sobre Cáceres y la ciudad llora conmocionada, pero por ahora, casi nada ha cambiado. La ciudad feliz sigue siendo un lugar tranquilo, lleno de tristeza y de dolor emocionado, pero tranquilo.