No hay mejor manera de calibrar la indigencia intelectual y política de nuestra clase política que escuchar un debate del Congreso o el Senado. Lo mismo da que el tema sean las pensiones, el déficit público o la organización territorial porque los discursos versarán sobre el currículo escolar de uno, el colchón del otro o la chaqueta del de más allá aireados por unos medios de comunicación cada vez más partidarios. El objetivo parece estar en encontrar el insulto más grueso, el titular más llamativo o el chiste más fácil. Así, la política, que es el campo del diálogo, de los acuerdos y los pactos, se ha convertido en un vertedero y las instituciones en un muladar. Ahora han puesto de moda los cordones sanitarios. Una barbaridad, porque incluso la Constitución y los reglamentos de las cámaras exigen mayorías cualificadas para solucionar los temas más importantes para los ciudadanos y eso solamente se consigue con diálogos y acuerdos, pero ya que están incapacitados intelectual y dialécticamente para solucionar problemas y exponer razones se ven obligados a utilizar el insulto y la descalificación personal. Si esto no fuera ya motivo suficiente como para rectificar y reconducir el debate político quizás lo sea el hecho cada vez es más frecuente del trasvase de la crispación a la sociedad civil porque si un diputado puede llamar a otro traidor, felón, ilegítimo y todo lo que se le ocurra ¿por qué no puede decir lo mismo o más cualquier persona a su interlocutor o a un representante político? Hoy, hablar de política e incluso significarse de alguna manera es correr un serio riesgo. Creíamos que los elegíamos y los pagábamos para solucionar problemas pero cobran por insultar y crear crispación social. Un amigo mío decía con ironía: «Yo solo hablo de política en presencia de mi abogado» Algunos pueden pensar que incluso será necesario tener un policía al lado aunque depende de qué policía.