Aunque no suele saberse, Cáceres fue un día portuguesa. En 1165, el caudillo Geraldo Sin Miedo, conquistó la plaza a los almohades para su rey, Alfonso Enríquez. Pero en 1169 Fernando II de León se alió con los musulmanes y venció a los portugueses en la batalla de Badajoz, tras la que Cáceres pasó a ser leonesa. En aquel momento y en este lugar fundó la Orden de los Caballeros de la Espada, o Fratres de Cáceres, que pasaron a llamarse, con el correr de los años, el nombre de Orden de Santiago. Hasta 1174 fueron señores de esta Villa y la defendieron del jeque Umar Abú Hafs hasta su martirio, el 10 de marzo de aquel año.

Según la tradición, aquí hubo un templo mozárabe (cosa no demasiado extraña, pues esta zona bien pudo haber sido arrabal cristiano en tiempos agarenos), pero no existen pruebas de ello. Sí tenemos constancia del templo románico que un día aquí se levantó, del que quedan restos bastante visibles. Con no demasiada pericia puede observarse, desde el exterior del templo, que a los pies y al lado de la epístola aparece una iglesia románica, con sus canecillos y sus pequeños vanos abocinados, inserta en la gran mole actual.

La portada de la epístola es la más antigua, que bien podría datar de los últimos años del XIII o primeros del XIV. En ella se observa un ingenuo y antiguo relieve de Santiago Peregrino. La del evangelio, más estilizada, con conopios, sin embargo, puede llevar su antigüedad hasta el XV. A los pies del templo se levanta la airosísima torre, que se remonta al XIII, aunque su proceso constructivo lo culminó en el XVIII Pedro Sánchez Lobato.

El aspecto actual del templo se debe a la reforma que le dio el omnipresente Arcediano Francisco de Carvajal, gran mecenas, como ya sabemos, que rehizo el templo, casi en su totalidad a partir de 1540. Las trazas de la reforma las diseñó el gran maestro del renacimiento Rodrigo Gil de Hontañón, aunque no se realizaron en su completo desarrollo por oposición de algunas familias nobles, cuyas capillas hubieran quedado destrozadas. Así, fue imposible realizar el diseño de cruz latina y se quedó en nave única. Son espectaculares los contrafuertes, rotundos, que sujetan los empujes de las bóvedas, liberando a los muros de carga.

El interior es muy amplio, diáfano, con predominio del tercelete en la única nave, regada de capillas laterales. Sancho de Cabrera continuó las obras y también Pedro Gómez (a quien ya tan bien conocemos) autor, entre otras obras de la tribuna coral. La nave se separa del presbiterio por una espectacular rejería, salida de la forja de Francisco Martínez en 1563.

La obra maestra

En el presbiterio una de las mayores joyas de Cáceres, el retablo de Pedro de Berruguete, obra póstuma, puesto que falleció mientras trabajaba en él y su traída a Cáceres y los pleitos que originó fueron tan largos, que bien merecerían varios artículos. Está presidido por un relieve de Santiago Matamoros, acompañado de una Adoración y la estigmatización de San Francisco, en alusión al mecenas de la obra, sin duda la talla más deliciosa de toda la obra, en la que resplandece la maestría del Berruguete final. El segundo cuerpo presenta una imagen de la Madre de Dios, flanqueada por una Entrada Triunfal y la resurrección. Fue policromado por Juan de Santillana y el Calvario que lo culmina es de Pérez de Cervera.

Junto a él la entrada a la sacristía, también de Hontañón, que guarda valiosas piezas como una arqueta polícroma, utilizada, originalmente, para el Monumento Sacramental. Pero son innumerables los tesoros que alberga la iglesia: el Cristo de las Indulgencias y la Virgen de la Esclarecida, del siglo XV, el Cristo de los Milagros del XVI, la barroca Virgen de la Misericordia, la Inmaculada dieciochesca, en un altar atribuido a Churriguera, los frescos del pseudomartirio de San Sebastián y otros lienzos. La más reciente aportación es el conjunto procesional de la Sagrada Cena de la gubia de Dubé de Luque.

Pero por encima de todo, y no sólo por su valor artístico, sino devocional, la talla de Tomás de la Huerta de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que fue, incluso, patrono de Cáceres en algún momento. Se trata de una obra de vestir de 1609, y porta una magnífica cruz de plata y carey que realizó en 1780 José Ignacio de Valbuena. Cuántas generaciones de cacereños se han postrado y se postrarán ante la sagrada imagen, de cuántas peticiones, acciones de gracias, arrepentimientos habrá sido testigo.

Desde niño abuela Candela me llevaba los primeros viernes de marzo al besapié y yo sentía un escalofrío tremendo, viendo aquel rostro desencajado, pero rebosante de amor. Después, abuela me recitaba los versos de Gabriel y Galán y yo sentía una paz que me inundaba; una paz que hoy, de nuevo, me acompaña, al acercarme al Rey de la Madrugada, poniéndome en su presencia, contemplándolo y entregándole un íntimo silencio que no puede ser más elocuente. Sea lo que Tú quieras.