Valentina González ha abandonado la bayeta por los enchufes. En los recreos, corre a casa a hacer las camas, pero vuelve como un rayo para seguir con las fases, los polos, watios y voltios. A sus 47 años, separada, dos hijos y hasta dos nietos, le ha surgido la oportunidad de aprender un oficio, cobrar unos 520 euros al mes mientras lo hace y optar después a un empleo en futuras cooperativas que trabajarán para la Agencia Extremeña de la Vivienda en el mantenimiento de los bloques de pisos sociales y su entorno. "Es una gran oportunidad y la pienso aprovechar", dice convencida.

Como ella, otros 39 vecinos del barrio, todos desempleados, disfrutan de la misma oportunidad de convertirse en fontaneros, jardineras, albañiles o peluqueros. Forman la primera cuadrilla de la Junta para trabajar en el cambio de Aldea Moret. Se trata del Proyecto Barrios que la Agencia ha puesto en marcha en todos los núcleos conflictivos de la región (Los Colorines de Badajoz y la Data de Plasencia, también) para recuperarlos y normalizar su vida social y económica. Consiste en la creación de talleres ocupacionales para formar a parados y darles una salida laboral en el mismo barrio.

Las clases comenzaron hace un mes. La vieja sede de la Agencia de la Vivienda en la calle Germán Sellers de Paz se ha reconvertido en una moderna academia de peluquería con vistas a la calle. Es el primer efecto renovador que ya se aprecia en el barrio. A través de los escaparates, se ve a los alumnos trabajando en cabezas de maniquíes, enrollando rulos y practicando ondas. Judit Holgado les alecciona. "Tienen también clases teóricas y eso les cuesta más, porque hay algunos que no saben leer ni escribir y requieren una atención personalizada, pero trato de motivarles", explica la profesora. Cortar el pelo, hacer extensiones, tintes o la permanente son tareas que están por aprender, pero lo harán.

Una peluquería de barrio

Incluso harán prácticas en cabezas de verdad, las de los propios vecinos, porque la intención es abrir la academia al barrio para que puedan peinarse o cortarse el pelo a un precio simbólico. La lista de precios aún no se ha confeccionado. El taller de peluquería dura un año, igual que el de jardinería, mientras que el resto es de seis meses.

Los alumnos se han seleccionado entre los vecinos del barrio en paro. Entre los aspirantes a peluqueros está Yassin Aragón, de 18 años. Hasta que comenzó a enredar con los pelos de los maniquíes nunca se hubiera imaginado su futuro laboral entre cepillos y peines, pero ahora parece planteárselo. "Está empezando a gustarme esto de hacer ondas", confiesa entre bromas.

Quien se lo toma más en serio es Soraya Silva. Esta gitana de 22 años ya sueña con una peluquería para arreglar las largas melenas de todas las gitanas del barrio y "abrir otros horizontes laborales" a las mujeres calé. Hasta tiene el nombre del negocio: Romi Cali. "Mis padres me apoyan y me animan", cuenta ante su madre, que asiente.

En otra de las aulas recién reformadas de este nuevo centro ocupacional, están los aprendices de electricistas y fontaneros. Diez personas más, dos de ellas mujeres, sentados en pupitres sin vistas a la calle, accionan casquillos de bombillas, cables y otros artilugios eléctricos.

En una de esas mesas de estudio se sienta Valentina González, la mayor del grupo y la más convencida si cabe en que quiere ser electricista. "¿Por qué no?", se pregunta a sí misma. "Siempre me ha gustado y cuando me enteré en el autobús no me lo pensé; eché los papeles", relata. Antes trabajaba limpiando en una casa "sin Seguridad Social ni nada" y ya llevaba 9 años.

Ya había hecho sus pinitos con los enchufes y lámparas de casa, aunque "aquí aprendemos muchas más cosas". El monitor, Luis Miguel Espada, está encantado con las dos féminas del grupo porque, a su juicio, "son las más responsables y casi las que más en serio se lo toman porque tienen que hacer más sacrificios para asistir a las clases".

David Vargas, conocido como Chino , es de los que también están por aprovechar la oportunidad. Este gitano de 20 años ha trabajado ya de peón de albañil y busca un futuro lejos de lostípicos oficios relacionados consu etnia: la chatarra y los mercadillos.“Valemos para más cosasy esto es una salida”.

En jardinería, todas son alumnas.Comparten con los participantesdel curso de albañileríauna nave hasta ahora abandonadaen la avenida de la Constitución.El trabajo práctico de losalumnos se va notando en el edificio.El patio, un auténtico erialantes, aparece ya desbrozado.

Las chicas, enfundadas en monosazules, han empezado a familiarizarsecon el nombre delas herramientas y a aprender alabrar, podar y a manejar la desbrozadorao el zacho. “No esmuy duro si lo haces poco a poco”,asegura Ángeles Pavón.Lo cierto es que ella no es quese muera por la jardinería perole motiva “sacar adelante a susdos hijos”. “Necesitaba el dinero–reconoce la mujer–, aunquetambién me da la oportunidadde aprender un oficio”.

Javier Jesús Rivera es su instructor.Con él acabarán por sabercómo conectar un riego porgoteo o a plantar flores de temporadaen los jardines de la barriada,que será su futuro centrolaboral. Cuando adquieran ladestreza suficiente, “saldrán a lacalle y empezarán a arreglar losjardines próximos a los pisossociales”, explica Rivera.

Junto a las jardineras principiantes,practican con la paleta yel mortero los diez estudiantesde albañilería. Aquí también haymujeres, tres, y ni ellas ni elloshabían cogido nunca un pico yuna pala. “Han comenzado a picarparamentos y a levantar tabiques”,explica el profesor MiguelCorrea. Cuando terminen eltaller saldrán con los conocimientosequiparables a un oficialde segunda. Todos juntosempezarán a construir la nuevaAldea Moret.