Tenía 46 años cuando un día cualquiera dejó de ver bien por el ojo derecho... luego dejó de ver. Pensó lo peor, pensó en un tumor cerebral, por eso cuando recuperó la vista, le dieron los resultados y le diagnosticaron esclerosis múltiple supuso «un ligero alivio». Eso fue al principio, muy al principio, «porque soy enfermera y enseguida entendí que tenía una enfermedad neurológica, progresiva, sin cura y para toda la vida. Fue un impacto fuerte. Tienes que superar unos años muy duros, masticarlo, digerirlo, ver la evolución en tu cuerpo... porque lo primero que se te pasa por la cabeza es una silla de ruedas».

Así lo relata María José García, diagnosticada hace cinco años y actual secretaria de la delegación cacereña de la Asociación Esclerosis Múltiple. Casada y con un hijo, mantiene una actitud serena pero realista de su enfermedad. «Tienes que cambiar muchas cosas en tu vida. Yo, por ejemplo, lo primero fue mudarme a otra vivienda con ascensor. Además, algunos días noto la espalda rígida, me cuesta más memorizar ciertas cosas, pero hay que adaptarse», reconoce.

Ella se considera afortunada porque sigue con su trabajo de enfermera en la residencia de mayores Cervantes. Su esperanza de cara al futuro es que avancen los tratamientos y que la sociedad se conciencie. «Me da muchísima rabia que algunos afectados tengan que ocultarlo por miedo a perder el trabajo y al estigma social», recrimina.