A José Luis Picapiedra le hubiera gustado contar con la Asociación Extremeña de Trasplantados (Asextras) cuando los médicos le informaron en 2006 de que la única opción de mejorar su calidad de vida era someterse a un doble trasplante de pulmón y corazón. Pero el colectivo no existía aún.

Cuando tenía 14 años los médicos pusieron nombre a lo que le sucedía, hipertensión pulmonar. A partir de ese momento inició una serie de tratamientos y cuando cumplió 19 años la patología avanzó rápidamente. "Llegó un momento en el que necesitaba ir en silla de ruedas", recuerda. Junto con la atención médica, comenzó a recibir la ayuda de la asociación nacional de afectados de la enfermedad. "Pero el colectivo no tiene atención específica para quienes se enfrentan aun trasplante", afirma. "Y las familias de los enfermos lo viven con mucha angustia", añade.

Eso fue lo que sucedió en su entorno. Los médicos le dijeron, cuando tenía 21 años, que "la mejor alternativa para curarme era el trasplante", recuerda. Y la maquinaria sanitaria se puso en marcha hasta dar con el donante adecuado; pero le faltó el apoyo moral que también precisan enfermos y familiares en casos como el suyo. En algunos casos, los enfermos se enfrentan también a la falta de información, lo que aumenta su incertidumbre ante la intervención.

"Aunque pasa mucho tiempo cuando uno se somete a un trasplante todo pasa muy deprisa", señala. En su caso, entre la notificación del trasplante y la intervención, pasó más de un año; y un tres meses después de eso "estaba al 100%", recuerda. Eso hace que los enfermos necesiten ayuda para afrontar los cambios.

"Te ves tan bien que crees que eres invencible y necesitas que alguien te ponga freno", dice Picapiedra. Por eso otra de las facetas de Asextras, y una de las principales tareas de este joven de 26 años allí es ayudar al enfermo, también después del trasplante, a iniciar una vida nueva.