El ‘bicho’ presenta su peor cara en los barrios. Allí no muere un número, muere un vecino: muere Rosa, muere Guille, muere Daniel, muere Miguel, muere Andrea... Hay más dolor, también más miedo porque las consecuencias se manifiestan con toda su crudeza en la puerta de al lado. Pero el fallecido no se marcha de forma anónima, los mayores no están solos, se reza por unos, se ayuda a los otros... Y así ocurre en Aldea Moret, donde el covid-19 ha sembrado el luto, donde otra vez se vivirán las peores consecuencias económicas, pero donde la acción vecinal vuelve a dar ejemplo.

Miguel Ángel González, párroco de Aldea Moret, ha entendido que aquí se necesita coraje y se ha echado el barrio a la espalda. Él no querrá que se escriba esto, pero no da abasto cada día para ofrecer los últimos responsos, acompañar a familiares de víctimas, repartir alimentos, interesarse por los enfermos, organizar rezos... «Llevamos 20 fallecidos, muchos mayores, algunos estaban internados en residencias. No todos son por Covid, no a todos se les hizo el test, pero hay un dato evidente: en un año completo solemos tener 30 entierros en el barrio y a veces no llegamos a esa cifra», explica.

La soledad

Lo peor, reconoce el sacerdote, ha sido la imposibilidad de atender a los que murieron en marzo. «Había menos información, apenas nos enterábamos, los religiosos no podíamos acompañarles en una última oración», relata. «Algunos estaban en residencias y los visitábamos periódicamente hasta que se prohibió. Luego supimos la mala noticia. En abril al menos sí nos llaman desde los tanatorios para prestar el servicio religioso y acompañar a la familia si así nos lo pide», señala el párroco.

Esos momentos son duros, pero también sirven de consuelo para los allegados y de despedida digna a unas personas que nunca debieron morir solas. «En la puerta del cementerio celebramos un breve funeral sin eucaristía y luego, junto a los pocos familiares que lo tienen permitido, vamos a dar sepultura y a rezar las últimas oraciones», explica Miguel Ángel González, que incluso ha estado solo en algún enterramiento porque la familia no podía desplazarse.

Pero además, existe mucho trabajo en la barriada. «Hay personas afectadas por la enfermedad, bastantes necesidades...», lamenta el sacerdote. Por ello, lo primero que ha hecho es consolidar el grupo de whatsapp que vincula a los vecinos de la parroquia, auténtico canal de comunicación en plena pandemia, y ha organizado dos formas de actuar: teletrabajo y presencial.

Un barrio conectado

Con la primera, a través de WhatsApp o Facebook, se mantiene informados a los feligreses de la evolución del virus en el barrio, se pide a los vecinos que se unan a la oración por los fallecidos, y se concede a las familias de enfermos y difuntos la posibilidad de que la misa diaria que transmite en directo la diócesis por Youtube, desde el seminario, se ofrezca por ellos. En Aldea Moret, esas misas han servido de despedida a las víctimas, y el párroco ha representado a todos en el camposanto. «Les digo a las familias que no están solas, que los vecinos están rezando».

Pero además, a través del ‘teletrabajo parroquial’, los catequistas están aprovechando para reforzar su formación y permanecen en contacto con los padres, enviando información, material audiovisual y de otro tipo, a fin de que los niños sigan trabajando los conocimientos y la creatividad en casa. «Somos una comunidad, se ha creado un clima de solidaridad que nos mantienen unidos», matiza. Ayer mismo le llamaron unos sanitarios al conocer que este sacerdote lleva un mes de acá para allá con la misma mascarilla.

También la Pastoral de la Salud de Aldea Moret utiliza el teléfono para interesarse por los enfermos crónicos, a los que ahora no les puede llevar la comunión. Otros vecinos dan forma a materiales, folletos, oraciones o vía crucis colectivos desde las casas, que a muchos les supone un bálsamo espiritual en estas circunstancias.

Cáritas de la parroquia de San Eugenio también teletrabaja recibiendo peticiones para cubrir necesidades básicas. Pero su principal trabajo es el presencial: «Compramos alimentos tres veces por semana y los repartimos otros tres días por semana. Hemos atendido en un mes a 34 familias y hemos gastado unos 1.400 euros en comida, más que en todo 2019. Tiramos de las pocas reservas hasta que se agoten», reconoce el sacerdote. Aparte hay que ayudar a la compra de fármacos, recibos... «No quiero ser fatalista, pero el futuro pinta mal», augura.

Y ahora... otra crisis

Porque en Aldea Moret se tiene mucho respeto por los fallecidos, pero también se tiene miedo a la crisis que ya toma forma. «Hay gente que carece de ordenador o de saldo en el teléfono para tramitar las ayudas», recuerda el párroco. «Pero quienes peor lo llevan en estos momentos son aquellas familias que no forman parte de los canales de subvenciones, que están acostumbradas a sobrevivir por sí mismas, una mayoría en el barrio, y que ahora se han visto sin trabajo», desvela Javier Moreno, presidente vecinal de Santa Lucía, la zona sur de Aldea Moret. «Los sueldos dan para poco, la gente no puede ahorrar, las prestaciones aún no llegan, de modo que hay situaciones de verdadera preocupación», sostiene.

Los fallecimientos, los despidos y los ERTEs han sumido al barrio en una situación de incertidumbre. «Los mayores se hunden cuando conocen la muerte de algún vecino, y el horizonte económico asusta», indica el presidente vecinal, que echa de menos una mayor implicación por parte del ayuntamiento. «A día de hoy no hemos recibido ninguna llamada, aunque sea para preguntar cómo está la gente del barrio. No comprendemos que no se hayan facilitado mascarillas a las tiendas --lamenta--, a esos pequeños comercios que atienden cada día las necesidades de los barrios y que están en riesgo».

El presidente recuerda que las asociaciones de vecinos pueden servir de ayuda para canalizar información determinante en estos momentos, «pero nos sentimos poco valorados, queremos ayudar y no nos dan opción, tenemos sensación de abandono», confiesa. Eso sí, Javier asegura que entre el vecindario son frecuentes los favores, sobre todo hacia la gente más mayor.